domingo, 30 de diciembre de 2007

María Sabina, Huautla y los Mazatecos (Parte VII y última)


Portada del Sargento Pimienta, John Lennon (izquierda) y George Harrison (derecha). 
Al centro Ringo y Paul.

Los Beatles en Huautla

En el mes de julio de 1976 John Lennon y George Harrison estuvieron en Huautla. Los medios de información no dieron ninguna noticia del hecho, y yo mismo, que fui testigo casual de la estancia de los dos personajes, jamás supe si estuvieron también en el D.F., en Oaxaca o en alguna otra ciudad, aunque se puede decir que en cierto momento me hallé en una situación privilegiada para averiguarlo. En realidad la estancia de John Lennon y George Harrison en Huautla se redujo a menos de 24 horas.[27]


Con estas palabras comienza la noticia que Alberto Sierra Martínez, publica en la revista Dos Filos, que coordina José de Jesús Sampedro. De camino hacia Agua de Cerro, en el campo aéreo, Sierra observó que una pequeña avioneta aterrizaría. Después de la maniobra descendieron tres hombres y una mujer: John Lennon, George Harrison (nunca los describe), Carlos Ávila Camacho, quien la hacía de piloto, y Brenda Dunn. Relata que Ávila Camacho lo “humilló” por quererlo contratar “para cuidar la avioneta mientras ellos regresaban”; no obstante, terminó por llevarlos ante María Sabina quien, con ochenta años a cuestas y sumamente cansada, se negó a realizar una velada para ellos.

Fueron entonces a ver a doña Josefina Terán, también curandera de prestigio, quien finalmente aceptó. En medio de una oscuridad absoluta, dio inicio la ceremonia. Doña Josefina empezó sus cantos. El hongo surtía efecto y la intensidad aumentaba. En el éxtasis, dice Sierra:

(...) de pronto John dijo en voz muy alta: “todo es una farsa”. Doña Josefina preguntó qué le pasaba y John se levantó violentamente tirando la silla hacia atrás sin dejar de repetir: “todo es una farsa o esto es una mierda y una vez no permitiré que me maten”. Lennon, y tras él Harrison y Ávila Camacho, salieron precipitadamente.


Muy temprano se encaminaron al campo: “la avioneta ya estaba colocada al principio de la pista. Carlos me preguntó por Brenda y le dije que ella prefería irse en camión. Después él, John Lennon y George Harrison me dieron la mano y se fueron”. [28]

Sea o no cierta esta versión, la verdad es que mucho se ha especulado sobre si Walt Disney, Bob Dylan, los Stones, y otros personajes famosos estuvieron en Huautla.


Epílogo


Gordon Wasson vaticinaba la importancia que con el tiempo iría cobrando la figura de esta humilde mujer de raza indígena en la cultura no sólo de nuestro país, sino del mundo entero. Al final de su ardua empresa, casi veinte años después de conocer a María Sabina, Wasson se preguntaba:

¿Quién sabe? Acaso María Sabina no esté mal situada para volverse la más famosa entre los mexicanos de su tiempo. Mucho después de que los personajes del México contemporáneo se hundan en el abismo olvidado del pasado muerto, quizá su nombre y lo que representó persistan grabados en la mente de los hombres. Lo merece de sobra. [29]

* * *

[27] Alberto Sierra Méndez, "John Lennon en Huautla", en revista Dos Filos, núm. 36, enero-febrero, 1989, p. 31.
[28] Ibid. p. 33.
[29] R. Gordon Wasson, "María Sabina y los hongos", en Vuelta, p. 25.


María Sabina, Huautla y los Mazatecos (Parte VI)

El Psilocybe mexicana Heim, llamado por los mazatecos "pajarito" o "angelito". (Foto Cactu)

El 'Nti xi Tjo [21]

Con las torrenciales lluvias de junio y julio, la naturaleza de esta región vuelve a tomar un respiro y a saciar sus entrañas de agua. La vida renace. El verde en sus miles de tonalidades. El agua corre y escurre por todos lados. Semanas lloviendo. Cuando la tormenta arrecia y sopla potente el viento, los árboles y la maleza pegados a las montañas se mecen de un lado al otro, con una fuerza tal que parece que fueran a ser arrancados. Ante la omnipotencia de la Madre Naturaleza, la pequeñez y el desamparo del hombre.

Dentro de la tierra, en una franja de escasos centímetros, se opera una milagrosa combinación entre diversos elementos y sustancias para hacer brotar al Psylocybe caerulescens Murril var. Mazatecorum Heim, o simplemente, desbarrancadero o derrumbe. Es un hongo muy hermoso de color leonado que nace entre el bagazo de la caña. El Psilocybe mexicana Heim, llamado por los mazatecos como pajaritos o angelitos, pequeños hongos color café oscuro que crecen entre los pastizales y son muy preciados por los curanderos. El Conocybe siligineoides Heim, hongo ya casi extinto de los alrededores de Huautla por la deforestación, y el Stropharia cubensis Earle, que crece en la caca de vaca y los mazatecos llaman honguillo de San Isidro Labrador.


Desde tiempos inmemorables los pueblos de Mesoamérica hicieron uso de vegetales como el hongo y el peyote para experimentar con otras formas de la percepción, otros estados de la conciencia, como vehículo para establecer una comunicación y un vínculo más directo con sus dioses, para plantearse las preguntas de siempre. Desde hace miles de años, pueblos de la lejana Siberia han hecho uso del hongo con fines místico-religiosos, al igual que los pueblos que habitaron Mesoamérica. Esa práctica, hoy casi extinta, se continuó casi sin interrupción entre los mazatecos y algunos grupos mixtecos, zapotecos, chatines, mixes y nahuas.

En las noches de lluvia, Huautla se ilumina con los relámpagos. Los ladridos de perros en la lejanía acentúan ese rasgo que Rulfo captó con gran intensidad en su obra. La ceremonia del hongo tiene que prepararse con toda propiedad. Es una ceremonia nocturna. El chamán será el interlocutor entre el sujeto de la ceremonia y el 'nti xi tjo. Hay muchas explicaciones y vivencias, pero ninguna como la propia.

El viaje de Tibón

Con la aguda curiosidad que posee, Gutierre Tibón llegó a la sierra mazateca en 1956, atraído por la existencia de un cierto lenguaje silbado entre los mazatecos, y al cabo de los años y de visitas ocasionales, fue recopilando una amplia información que reunió en un ameno libro. Por desgracia, los editores le asestaron el título de: La ciudad de los hongos alucinantes.
[22]

En el capítulo “María Sabina, micología y mitología”, Tibón recuerda, breve, pero intensamente, su experiencia en la única velada que tuvo:

Tuve la suerte de ser el primero que escribió sobre esta mujer humilde y maravillosa. En 1956, hace diecinueve años (1975), su nombre figuró en letras de molde en la página editorial de un diario de México. Después de una velada en la oscuridad –durante la cual María Sabina, atraída telepáticamente por mi angustia, me dio consuelo y me reintegró al calor de la vida– tengo con ella un lazo afectivo que no vacilo en llamar filial. No pude nunca hablar con ella porque desconoce el castellano; pero la mañana después de la velada subí hasta su choza –una hora de subida empinada desde Huautla– para besar su mano y mojarla con incontenibles lágrimas.
[23]

Tibón no deja de citar libros y libros: desde los que escribieron los cronistas e historiadores españoles (Motolinía, Sahagún, Jacinto de la Serna, Francisco Hernández, médico de Felipe II, Hernando Ruiz de Alarcón, hermano de Juan, el dramaturgo), hasta aquellos que tienen que ver, de una manera o de otra, con María Sabina y los hongos. Entre éstos señala las obras ya clásicas de Wasson y colaboradores, el libro de Benítez, la Isla de Aldous Huxley, el Viaje al Nirvana de Arthur Kloester, Conocimientos por los abismos de Henry Michaux y muchos de carácter clínico y científico. Hace referencia de la “tragisinfonía” María Sabina, estrenada en el Carnagie Hall de Nueva York, cuya letra escribió el ahora Nobel español, Camilo José Cela.

Barberán y Collar, héroes nunca aparecidos

Frente a la carretera que va de Puente de Fierro a Santa María Chilchotla se halla el macizo conocido como Cerro de la Guacamaya. Poco dice su nombre, pero es el escenario de un hecho ya casi olvidado y realmente nunca esclarecido.

Los días 10 y 11 de junio de 1933 registran una gran proeza en la historia de la aviación hispanoamericana y mundial. Los aviadores Mariano Barberán y Joaquín Collar, ambos españoles,[24] cruzaron el Océano Atlántico a bordo del “Cuatro Vientos”. Saliendo del aeródromo de Tablada, en Sevilla, el destino del vuelo era la ciudad de La Habana, pero por escasez de combustible tuvieron que aterrizar en la ciudad cubana de Camagüey, el día 11 a las 15:37 horas, tras 40 horas de vuelo, tiempo con el que imponían un nuevo récord de distancia en vuelo sobre mar: 8,095 km. La etapa final de su aventura comprendía las ciudades de La Habana y México.


El 20 de ese mes, en medio de la algarabía de los habaneros, el “Cuatro Vientos” despegó y se perdió en el cielo azul del Caribe; voló sobre la parte occidental de la península de Yucatán, cruzó el Golfo de México a la altura de Campeche y entró a territorio en algún punto del sudeste de Veracruz. La hazaña estaba prácticamente consumada. En el aeropuerto de la Ciudad de México se habían hecho los preparativos para recibir a estos intrépidos aviadores en calidad de héroes. Pasaba el tiempo y el “Cuatro Vientos” no aparecía. Finalmente la gente se retiró pues el sesquiplano Breguet XIX, de fabricación francesa y con motor “Hispano-Suizo”, nunca llegó.

Al día siguiente, el presidente Lázaro Cárdenas ordenó una intensa búsqueda del aparato, con “los más grandes contingentes que hasta esa fecha se habían utilizado en una operación similar, 32 aviones y 12 000 soldados, los que inútilmente buscaron durante días los restos o vestigios del avión perdido”.[25] Algunos supusieron que yacía en las aguas del Golfo; otros, señalaban la posibilidad de que estuviera en algún lugar de las selvas mexicanas. Los españoles residentes en nuestro país organizaron una numerosa manifestación el día 20 de julio de ese año, con el fin de agradecer “al gobierno y al pueblo mexicano, el interés mostrado en la búsqueda de los infortunados aviadores”.[26]


Durante muchos años fue un misterio. Lo cierto es que el “Cuatro Vientos” se accidentó en la sierra Mazateca. Geográficamente, la Mazateca es el "primer escalón" montañoso con que se encuentran los vientos que llegan del Golfo. El pequeño avión se internó peligrosamente en la nubosidad y fue a estrellarse en las paredes del Cerro de la Guacamaya.

Ese día, los mazatecos escucharon una explosión. La versión más difundida y aceptada entre ellos es que el “Cuatro Vientos” traía desperfectos mecánicos que le hicieron perder altura para finalmente desplomarse y estallar en las inmediaciones del cerro. Cuentan que unos tales hermanos Martínez, avecindados cerca del lugar del accidente, fueron en busca del misterioso tronido y que para quedarse con las pertenencias de los aviadores y borrar todo vestigio, los echaron a un sótano y desaparecieron el avión. Esto se supo por otra historia.

Los Huehuentones

Los días más importantes para los mazatecos son los días dedicados a los muertos. Esta es una de las pocas ocasiones en que los mazatecos comen bien. De sus chozas sale el característico olor a chiles asados, indicio de la elaboración del mole inmemorial. Persona que llegue a cualquier choza, por pobre que ésta sea, será invitada a comer. Durante estos días los indios se sumen en sus tradiciones más antiguas. En las festividades de muertos los mazatecos se organizan en grupos para recorrer la sierra cantando y bailando en chozas y cementerios. A estos grupos, cuyo número varía de 7 a 15 miembros, se les conoce como huehuentones. Todos llevan disfraz. Algunos portan máscaras que fueron seguramente hechas por sus padres y abuelos, pero muchos otros se cubren ahora con máscaras de Fidel Castro, del Che Guevara, del Hombre Lobo, de Hermelinda Linda, de Tsekub Baloyán, y otros personajes fantásticos. Se hacen acompañar por tambores rústicos, guitarras y violines, a veces sin una o dos cuerdas.

Al llegar a las chozas, sin importar la hora, son bien recibidos y se les invita una copita de aguardiente. En el lugar donde está puesta la ofrenda con flores de cempasúchil, velas de cera, imágenes de santos, fotografías del finado, frutas y platos con comida, hacen una rueda, bailan y entonan canciones monótonas cuyo significado ya desconocen. Son letanías. Nadie se pregunta el significado, sólo se entonan.


La relación entre el “Cuatro Vientos” y los huehuentones se debe a que años después se llegaron a localizar algunas prendas de los aviadores en uno de estos grupos, sin que sus poseedores supieran a ciencia cierta de dónde provenían y cómo habían llegado a sus manos.
Continuará...


[21] Dice Alvaro Estrada que este vocablo mazateco "es evidentemente, a su vez, un eufemismo en lugar de una palabra aún anterior, perdida hoy. Significa simplemente "los queriditos que llegan saltando", Vida de María Sabina..., p. 20.
[22] Gutierre Tibón, La ciudad de los hongos alucinantes, México, Panorama Editorial, 1983, 173 p.[23] Gutierre Tibón, Op. cit., p. 159
[24] Los diccionarios consultados en que aparece referencia de este hecho son: el Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México, 5a edición, 1986, p. 305; el Enciclopédico U.T.E.H.A., t. II, México, 1951, p. 104; la Gran Enciclopedia del Mundo, t. III, Bilbao, s/f., p. 217, y la Nueva Enciclopedia Larousse, t. 2, Barcelona, 1980, p. 1016. Los dos primeros dan el nombre de Mariano al capitán Barberán, mientras que los últimos lo llaman Joaquín. Del teniente Collar, omiten su nombre.[25] Diccionario Porrúa, p. 648.
[26] Ibid.

sábado, 29 de diciembre de 2007

María Sabina, Huautla y los Mazatecos (Parte V)

Vista de Huautla desde el Hotel Cinco de Mayo, hacia el cerro El Fortín. (Foto de JCRC)

Huautla como un cometa

Para observar una panorámica de Huautla hay que subir por la calle Cinco de Mayo, pasar el barrio mixteco, hasta encontrar el camino que sube al Nindo Tokosho, "El Cerro de la Adoración", montaña sagrada de los mazatecos. En su cumbre, donde los antiguos mazatecos rendían culto a Tláloc y a su señor Chicon Tokosho, los mazatecos de hoy hacen ofrendas de flores y prenden veladoras bajo la rústica cruz plantada a los cuatro vientos, y PEMEX deja marcas de exploración. Desde aquí la vista es incomparable: masas verdes, y luego azules, el oleaje de la cadena montañosa.


Frente a nosotros, literalmente a nuestros pies, Huautla se extiende como un cometa. En su núcleo, la mayor concentración urbana con su plaza, el reloj, la iglesia, el palacio municipal, el mercado, la escuela y el edificio que alberga la biblioteca. Saltan a la vista construcciones modernas de más de tres pisos entre las características casas rectangulares con techo de lámina de dos aguas, con puertas y ventanas de madera, como las que pintan los niños. En una de las puntas del cometa, la antena parabólica del Sistema Morelos, signo de nuestro tiempo, que, como paradoja de la vida, fue instalada en el traspatio de la casa de María Sabina. Dicen los mazatecos que le han caído dos rayos y que casi nunca ha funcionado.

Don Juan y Doña Mari

Las familias principales de Huautla tienen sus casas y negocios a lo largo de la Cinco de Mayo. Algunas de estas familias son de pura cepa indígena y han heredado las actividades de sus padres y abuelos: el comercio y el café. En esta calle vive don Juan Peralta, propietario de una ferretería y uno de los mejores fotógrafos de María Sabina, de los hongos y de los mazatecos. Las fotopostales que se han enviado a casi todo el mundo han sido tomadas, reveladas y mandadas a hacer por él. Doña Mari, su esposa, se encarga de venderlas.


Originaria de San Bartolomé Ayautla, pueblo casi intocado por la modernidad, doña Mari conserva como un auténtico tesoro algunas prendas de vestir que su madre le mandó confeccionar entre las indígenas del pueblo. La hechura del faldón, por ejemplo, incluía todo tipo de labores: perseguir borregos, trasquilarlos, hilar, extraer raíces, conseguir tierras y flores, obtener colorantes, teñir, tejer, bordar, etc. Los huipiles son verdaderas obras del arte popular. Motivos de pájaros y de flores bordados en punto de cruz, componen los cuadros enmarcados en listones color rosa mexicano y azul celeste.


Hasta doña Mari han llegado coleccionistas particulares y personal enviado por museos europeos sobre el vestido con el propósito de comprarle las prendas, pero siempre se han encontrado con un rotundo no de parte de la familia Peralta. “Sólo los saco los días de fiesta”, dice doña Mari.

Una biblioteca serrana

Los mazatecos sienten un respeto absolutamente mítico hacia los libros, dijera Eraclio Zepeda. En el centro de Huautla, a un lado de su plaza, se encuentra el edificio que alberga la de veras increíble biblioteca pública. Una joven mazateca la atiende con esmero. A la entrada se encuentran los ficheros por autor, tema y título. En seguida, pegados a las paredes, están los anaqueles con los libros bien ordenados y limpios. Puede consultarse la mayoría de las publicaciones que ha editado la Secretaría de Educación y ahora el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA). Cuenta, también, con una colección especial de publicaciones bibliográficas y hemerográficas que han ido formando los propios mazatecos sobre todo lo que tenga que ver con ellos mismos.


Las ventanas de la biblioteca que miran hacia el poniente tienen como escenografía el majestuoso Nindo Tokosho. Al alcance de la mano están libros de poesía, de literatura, de antropología, de autores mexicanos y extranjeros. Puede uno sentarse cómodamente y, en los intervalos de la lectura y la reflexión, volver la vista hacia la montaña misteriosa.

El mercado de Huautla

Hablar del mercado es punto y aparte. El de Huautla no escapa al encanto de los mercados mexicanos. Sin escucharse los gritos tradicionales de los mercados de valles y costas, aquí, en este mercado serrano, sólo se escucha el murmullo de la lengua tonal mazateca. Venidos de todos los puntos de la sierra cargando las más diversas mercaderías, los indígenas cumplen la vieja tradición de sus antepasados: reunirse, congregarse. No sólo la actividad económica es importante, también es importante conocer las últimas informaciones de lo que acontece en la sierra, tomar la copa, cerrar tratos, saludar al pariente, unir lazos. Hay quienes caminan más de seis horas para llegar hasta el mercado. El domingo, como para otros pueblos, es un día sagrado para los mazatecos.


El mercado guarda un orden. Bajo la nave del mercado nuevo se instalan los indígenas. Acuclillados, formando pasillos, tienden sus puestos. Colorido por aquí y por allá: piloncillo de melaza, sal rosada de mina, trozos de blanquísima cal, chile rojo, seco, para el mole y la siembra, montones de manzanos verdiamarillos, queso de puerco en canasto, frijolito tierno para los tamales, café en grano, semilla de achiote, hojas de plátano y yerba santa, raíces y hierbas medicinales, maíz para las tortillas y la variedad de frutas de temporada con sus colores, olores y sabores.


La carne roja que consumen los mazatecos es generalmente de chivo. Allí están las mesas en las que se ofrecen las piezas de los animales sacrificados: piernas, lomo, costillas, vísceras. Hay mojarras frescas traídas desde la presa Miguel Alemán. También pueden encontrarse gallinas y guajolotes para crianza y hasta algún burro, mula o caballo en venta. Están los leñadores con tablas y vigas para la construcción de viviendas.


Aunque ya pocos, subsisten algunos puestos donde pueden conseguirse los accesorios y la ropa ya no tan tradicional: manta estampada con franjas azules para el faldón, hilos sintéticos y mantillas para bordar, listones rosa y azul para el huipil, fajas. Para los hombres hay huaraches, sombreros y manta para sus calzones y camisas.


En un mercado como este no podían faltar las vendedoras de todo aquello que tiene que ver con las “limpias” y las ceremonias del hongo: pedrugones de copal, velas de cera pura, huevos de guajolota, granos de cacao, rosarios con sus cuentas de palmita, imágenes de santos, y algo que llama la atención: plumas de guacamaya, multicolores, tornasoladas.
Continuará...

María Sabina, Huautla y los Mazatecos (Parte IV)

El periodista, escritor y maestro, Fernando Benítez. 
(Foto de la CNL-INBA)

Delirio y Éxtasis de Benítez

Ocho años después de Wasson, el periodista Fernando Benítez, autor de la monumental obra en cinco tomos: Los indios de México, sube por primera vez a Huautla en el verano de 1961. Por las referencias de su libro Los hongos alucinantes,
[15] Benítez llegó en jeep e hizo ¡tres! horas en el sinuoso trayecto. No dice más. Sin embargo, esta información es suficiente para saber que recorrió el primer trazo de la brecha Teotitlán-Huautla, vía Mazatlán, antigua capital de la nación mazateca y cuna de Teodoro Flores, jefe liberal y padre de los hermanos Ricardo, Enrique y Jesús Flores Magón.


Seguramente don Fernando se confundió. Incluso en tiempo de secas es imposible realizar tres horas en el recorrido. Esta primera brecha con una anchura de cuatro metros en la mayor parte de su extensión “serpentea a través de 84 kilómetros y el viajero va suspendido entre las altas cumbres y los profundos precipicios, muchos de los cuales miden mil quinientos metros... No se cuenta una sola recta de más de cincuenta metros de largo, pues todo es doblar y bordear montañas y sumergirse entre las laderas oscuras de pinos, de sombras y de amenazas. Son ocho horas de viaje lento, casi solemne...”[16]


Por conducto de Carlos Incháustegui, director del Instituto Nacional Indigenista (INI) en Huautla, Benítez había contratado los servicios de “un brujo gordo, de ancha cara maliciosa, vestido como mestizo, que era propietario de un tenducho”,[17] para llevar a cabo una velada esa misma noche.


En el Centro Indigenista, donde charlaban y tomaban café, se apareció repentinamente Gordon Wasson. Benítez no tenía la mínima sospecha de que trataba con el más grande conocedor de los hongos enteógenos. Al saber la intención de Benítez, Wasson, compadecido tal vez de la absoluta ignorancia que éste tenía sobre los hongos, le espetó:

—Los hongos sagrados antes no se vendían en la calle, como no se venden las hostias, pero hoy se ofrecen en todas partes... Hay que cuidarse de los charlatanes y de los simuladores. María Sabina es una profunda conocedora de su profesión y usted debe tener presente que cada ceremonia es una obra de arte individual...
[18]


Benítez entendió claramente el mensaje. Envió un recado al brujo cancelando la ceremonia y de inmediato se puso en contacto con María Sabina, quien había aceptado tener la velada al día siguiente en casa de la profesora Herlinda Martínez, la casa a la que había llegado Wasson ocho años atrás. Al caer la noche, Benítez, el propio Inacháustegui (a quien convenció de comer hongos), la esposa de éste, el profesor mazateco Lucio Figueroa y Beatriz Brancfort, se dirigieron con impermeables y lámparas hacia lo alto de Huautla.


María Sabina ya había hecho todos los preparativos para la velada. La primera experiencia de Benítez fue desastrosa. Tal vez nunca se sobrepuso al impacto que los hongos hicieron en su persona y en su conciencia. En uno de los capítulos de su libro describe, con base en las notas que tomó la esposa de Incháustegui y en sus recuerdos, las vivencias y los diferentes estados que, bajo el efecto de los hongos, recorrió. Primero mareo, cansancio, visiones inconexas, náuseas, accesos de risa, colores, figuras geométricas, sonidos, música, un sentimiento desbordado de felicidad y de alegría. Después, cuando el hongo había surtido toda su fuerza, un miedo aterrador, una angustia irracional, un sentimiento de soledad y de abandono, una inmensa debilidad ante energías y fuerzas poderosas.
El reportero Mario Rojas Avendaño, en las investigaciones para su reportaje “La verdad y las mentiras sobre los hongos alucinantes”,
[19] obtuvo la versión de la profesora Martínez, quien estuvo presente durante la ceremonia:

No necesitaríamos referir el caso de un conocido escritor (se refiere a Benítez) que él mismo relata en un libro dedicado a describir las alucinaciones por el hongo. Sin embargo, la profesora Herlinda, en cuya casa efectuó la sesión ritual María Sabina, relató con emoción profunda que el paciente sufrió un serio ataque de exaltación de su propia personalidad, una vez que los alcaloides del ácido lisérgico fueron liberados en su organismo. Cuando la escena asumió aspectos de violencia extrema, la curandera María Sabina, hubo de recurrir a todos sus sistemas tranquilizadores para calmar la furia del experimentador, que cayó en depresión intensa.
[20]

El camino de Erasto Pineda García

A Benítez le tocó, como está visto, recorrer la primera brecha que fue no sólo más larga y costosa que la segunda, inaugurada ésta por Díaz Ordaz en 1968, sino que de plano se alejaba de los poblados indígenas más importantes. ¿Por qué? La respuesta es motivo de otra historia.

En la hermosa vereda que baja de Huautla a Puente de Fierro, se encuentra un monumento de piedra con este epígrafe:


A la memoria de Erasto Pineda García,
cobardemente asesinado
por defender los intereses del pueblo.
Junio 3/1962

En este lugar fue emboscado por pistoleros de los caciques. Líder natural de los mazatecos, Erasto siempre buscó mejoras para su pueblo. Deseaba que el beneficio del café fuera para los productores y no para los acaparadores e intermediarios. Erasto iba y venía, hablaba con los indígenas y promovía las primeras asociaciones de cafeticultores. De 1953 a 1955, fue electo presidente municipal de Huautla y durante su gestión pugnó por la construcción de una brecha. En ese entonces sólo existía el camino real. (Como dato curioso, Gordon Wasson conoció a María Sabina por intermedio de Cayetano García, síndico del ayuntamiento y colaborador de Pineda.)


Erasto vivía en un verdadero edén. A escasos metros de las cascadas conocidas como Las Regaderas, tenía su casa a la vera del río. Aún permanece el cuadro del solar donde secaba su grano, pues luego del asesinato los caciques prendieron fuego a su casa.

En 1957, después de cincuenta años, la revolución les cumplía a los mazatecos con la construcción de una brecha. La Comisión del Papaloapan proyectó la construcción de dos carreteras para unir los versantes de la Sierra Madre de Oaxaca: la primera, que sube de Oaxaca a Guelatao e Ixtlán y baja al Valle Nacional, rumbo a Tuxtepec; la segunda, hasta la fecha inconclusa, habría de cruzar toda la Mazateca: desde Teotitlán del Camino hasta Jalapa de Díaz, también en dirección a Tuxtepec, en el Istmo. El primer tramo se detuvo en Plan de Guadalupe, punto donde termina la subida y se interna uno sierra adentro. La geografía indicaba que la brecha debería construirse siguiendo la larga cañada que toca San Jerónimo Tecóatl y baja hasta Puente de Fierro, para finalmente subir ocho kilómetros y llegar a Huautla.

Con su tenaz trabajo, Erasto adquiría presencia entre los suyos. Empezaron a formarse las primeras organizaciones indígenas de cafeticultores y Erasto vislumbraba una organización independiente para la comercialización del grano. Los intereses de los caciques comenzaron a verse afectados.

Llevar la carretera por el lado de Puente de Fierro hubiera hecho más fácil la movilidad de Erasto. Además, la brecha les permitiría sacar libremente su producción y esto traería pérdidas cuantiosas para los caciques. La determinación fue política: se resolvió construir la brecha vía Mazatlán y eliminar a Erasto. La carretera actual de escasos 70 km, como un homenaje a sus ideas, sigue el camino de San Jerónimo y Puente de Fierro. El segundo tramo de la carretera Huautla-Jalapa de Díaz, no se ha construido. Así han sido las cosas por acá.


[15] Fernando Benítez, Los hongos alucinantes, México, ERA, 1972.
[16] Mario Rojas Avendaño, El reportaje moderno, FCPyS-UNAM, 1976, p. 119.
[17] Fernando Benítez, op. cit., p. 86.[18]Ibid., p. 87.[19]Mario Rojas Avendaño, op. cit., pp. 115-148.
[20] Ibid., pp. 133-134.
Continuará...

viernes, 28 de diciembre de 2007

María Sabina, Huautla y los Mazatecos (Parte III)

Gordon Wasson, derecha, recibe su ración de hongos "divinos" de manos de María Sabina. 
Era la medianoche del 29 de junio de 1955. (Foto de Allan Richardson)

Un gran Libro

En el número 8 de la revista Vuelta,
[11] se publicó la presentación que Gordon Wasson escribió para el libro: Vida de María Sabina, la sabia de los hongos,[12] del ingeniero Álvaro Estrada, originario de Huautla y de lengua natal mazateca. En ese texto Wasson revela el paciente y escrupuloso trabajo que durante dieciséis años realizó su equipo con una grabación de los cantos chamánicos de María Sabina, que, como cosa del destino, terminaron impresos en acetatos y en un libro único:

En 1958 grabamos en cinta una velada completa, impresionante, de María Sabina, y un equipo nuestro trabajó sobre las cintas hasta 1974, cuando por fin publicamos nuestro María Sabina Sings her Mazatec Mushroom Velada. Los Cowan —Jorge y Florencia— redujeron las cintas a un texto en mazateco, escrito en los caracteres que los lingüistas entienden; tradujeron el texto al español y al inglés, y fue publicado en tres columnas paralelas; Jorge agregó un capítulo acerca del lenguaje mazateco; la notación musical de la velada entera fue preparada bajo la supervisión de Willard Rhodes, etnomusicólogo de renombre, quien añadió un capítulo sobre música; contribuimos todos a las notas, y yo escribí también el prólogo y un índice analítico; el conjunto iba ilustrado con mapas y fotografías de la misma velada tomadas por Allan Richardson. Harcourt Brace Jovanovich mostraron su amplitud de miras y su empeño en la publicación, acompañada de la música en cassettes y discos. La impresión se debió a los incomparables Madersteig de Verona.
[13]

Esta obra de alta bibliofilia María Sabina Sings her Mazatec Mushroom Velada,
[14] tiene un valor incalculable para la ciencia y la cultura de México. Se sabe que sólo cuatro de estos maravillosos ejemplares están en nuestro país: el que deben conservar los deudos de María Sabina, y los que obsequió a Roberto Weitlaner, a Alfonso Caso y a Gutierre Tibón, todos con dedicatoria del propio Wasson. Tibón aporta más datos sobre este espléndido libro:

La edición consta de doscientos cincuenta ejemplares, impresos por la Stamperia Valdonega, de Verona, en un papel que se debe al arte de Magnani y que, como el Fabriano, desafía los siglos. La encuadernación se llevó a cabo en Milán por obra de otro eminente artesano: Giovanni de Stefani. En ambos lados, una reproducción en tela de una tira colorada de un huipil mazateco de Ayautla, tejido en telar de otate, con dibujos geométricos prehispánicos de significación mágica, y una hilera de ciervos con rica cornamenta. El lomo de piel azul oscuro —piel con aroma a piel—, bajo el título aparecen los nombres de los autores...
[15]

Gordon Wasson y su equipo

Sería una injusticia no mencionar al menos a los científicos y especialistas que participaron en las expediciones y los trabajos de Gordon Wasson. En primer lugar, Roger Heim, “el más insigne micólogo de nuestros días”, como lo nombra Tibón, en aquel entonces jefe del Laboratorio de Criptogamia y después director del prestigiado Museo Nacional de Historia Natural de París. Fue Heim quien inscribió en la sociedad científica internacional el nombre de tres variedades de hongos que encontró en la Mazateca. Con su asistente, Roger Cailleux, logró reproducir en el laboratorio, con cepas y esporas mexicanas, varias especies de hongos enteógenos. Además de analizarlos y describirlos, asistía a las ceremonias y experimentaba personalmente sus efectos y ha escrito monografías científicas y artículos de divulgación.
Wasson entregó para su análisis químico, una muestra de estos hongos al doctor Albert Hofmann, de los laboratorios Sandoz de Basilea y descubridor de la LSD-25. Él y su ayudante Hans Tscherter lograron aislar y sintetizar los principios activos del hongo a los cuales llamaron psilocibina y psilocina. El doctor Aurelio Cerletti tuvo a su cargo las investigaciones fármaco-biológicas y el profesor Jean Delay, de la Academia de Medicina de París, realizó con personas normales y enfermos mentales estudios psiquiátricos con dichas sustancias. Todos estos trabajos fueron reunidos y publicados en 1958 por el museo en un gran volumen bajo el título de Les champignons hallucinogènes du Mexique,
[16] aún no traducido al español y que puede consultarse en la Biblioteca Nacional de México.

[11] Revista Vuelta, núm. 8, julio, 1977.
[12] Álvaro Estrada, María Sabina, la sabia de los hongos, México, Siglo XXI, 1977.
[13] R. Gordon Wasson, "María Sabina y los hongos", en Vuelta, núm. 8, julio, 1977, pp. 24-25.
[14] Gordon Wasson, María Sabina Sings her Mazatec Mushroom Velada, Verona, Stamperia Valdonega, 1974.
[15] Gutierre Tibón, La ciudad de los hongos alucinantes, México, Panorama Editorial, 1983, 173 p., pp. 160,162.
[16] R. Gordon Wasson, Les Champignons hallucinògenes du Mexique.

Continuará...

viernes, 21 de diciembre de 2007

María Sabina, Huautla y los Mazatecos (Parte II)

La chamana acompañada de muchachas mazatecas cerca de Las Regaderas, 
en Puente de Fierro. (Foto de Juan Peralta)

María Sabina, Doctora

“Sólo los sabios en medicina pueden curar”, decía María Sabina, y consideraba que la brujería y el curanderismo eran tareas inferiores. Entre tantas penalidades por las que pasó, una tiene que ver con un colega suyo, un Tchinéex-kíi, “sabio en medicina”, sólo que formado en una universidad.
Un indígena que pasaba borracho por la tiendita de María Sabina hizo alto. Pidió una copa de aguardiente. Al ver a Catarino, ya hecho un hombre, lo invitó a tomar. Este se negó. Se hicieron de palabras y el borracho sacó una pistola. María Sabina, espantada, se interpuso entre ambos y fue quien recibió dos balazos en la cadera. El agresor huyó y Catarino con ayuda de unos vecinos trasladó a su madre, en una camilla, hasta el centro de Huautla. Salvador Guerra, joven médico que convivió entre los mazatecos durante nueve años, la atendió: 


Antes de hacer sus operaciones, inyectó una sustancia (anestesia local) en la región donde yo tenía las heridas y mis dolores desaparecieron. En tanto él hacía las curaciones, yo no sentía ningún dolor; luego que terminó, me mostró las balas. Agradecida y asombrada le dije:
—Médico, tú eres grande como yo. Haces desaparecer el dolor, me sacaste las balas y yo no sentí ninguna molestia.
A partir de entonces, Salvador Guerra y yo, fuimos buenos amigos. El día en que se fue de Huautla el cura hizo una misa. Salvador Guerra y yo nos hincamos frente al altar. Al terminar la misa, le ofrecí mi mano y le dije:
—¡Doctor!
El correspondió tendiéndome la suya diciendo:
—¡Doctora!
[1]

Se inicia la aventura

En septiembre de 1952, Robert Gordon Wasson, pionero en las investigaciones sobre etnomicología, recibió dos cartas de Europa: una de Robert Graves “que adjuntaba un recorte de una revista farmacéutica en que se citaba a Richard Evans Schultes, quien a su vez citaba a varios frailes españoles del siglo XVI que contaban acerca de un extraño culto a los hongos entre los indios de Mesoamérica”;
[2] y la otra de su impresor en Verona, Giovanni Madersteig, quien le enviaba un dibujo, ejecutado por él, de una escultura de piedra procedente de Mesoamérica que se exhibía en el Museo Rietberg de Zurich, que evidentemente era un hongo:

Habíamos estado postulando —escribe Wasson—, una conjetura fantástica: que un hongo silvestre era objeto de devoción religiosa. Y de pronto ahí estaba nuestra puerta. Durante todo aquel invierno estuvimos revisando los textos de los frailes españoles del siglo XVI, y qué relatos tan extraordinarios nos brindaron. Volamos a México en aquel verano de 1953.
[3]

El 8 de agosto de ese año, Robert Gordon Wasson, su esposa y colaboradora Valentina Pavlovna, su hija Masha y el etnólogo Roberto Weitlaner, salieron de la Ciudad de México rumbo a la sierra Mazateca. Pasaron por la ciudad de Puebla y siguieron hasta Tehuacán, en donde pernoctaron. Al día siguiente tomaron el tren que va a Oaxaca. Bajaron en el pueblo de San Antonio Nanahuatipan y en un destartalado camión hicieron el último tramo a Teotitlán del Camino, hoy de Flores Magón, situado al pie de la sierra.
La madrugada del lunes 10, Gordon Wasson y sus acompañantes hacían los últimos preparativos para una jornada de camino que terminaría en Huautla de Jiménez, ya entrada la noche. Montaron en cinco mulas y un caballo “todos horriblemente flacos y pequeños”,
[4] formaron en la recua tras el guía mazateco Víctor Hernández y se lanzaron dando tumbos por el viejo camino real que existía desde los tiempos prehispánicos.
En las primeras dos horas habían llegado a San Bernardino, donde desayunaron huevos y tortillas. El camino continuaba por un impresionante desfiladero conocido como La Cumbre, de 3,000 metros de altitud. Luego de “once horas a través de paisajes de una grandeza salvaje”,
[5] entraron a Huautla. Entre la espesa neblina cruzaron la plaza y subieron el último tramo hasta la casa de Herlinda Martínez Cid, maestra del pueblo. La suerte estaba echada: María Sabina, Huautla y los hongos sagrados o enteógenos,[6] serían dados a conocer en todo el mundo.


[1] Alvaro Estrada, op. cit. p. 86.
[2] R. Gordon Wasson et al., El camino a Eleusis, México, FCE, 1985, p. 21.[3] Ibid., pp. 21-22.
[4] R. Gordon Wasson, Les champignons hallucinogènes du Mexique, París, Editions du Muséum National D'Histoire Naturelle, 1958, p. 49. (Prólogo de Roger Heim)
[5] Ibid.
[6] El helenista Carl A. P. Ruck ha propuesto el vocablo enteógeno: "para referirse a las drogas cuya ingestión altera la mente y provoca estados de posesión extática y chamánica. En griego, entheos significa literalmente "dios (Theos) adentro", v. Gordon Wasson et. al., El camino a Eleusis, p. 235.

Continuará...

María Sabina, Huautla y los Mazatecos (Parte I)

Montañas de la Sierra Mazateca, al norte del estado de Oaxaca (foto: JCR)

Hay textos que pierden actualidad una vez que son publicados. Creo, que algunos de mis trabajos tienen vigencia sobre todo referencial. Los procesos culturales son lentos, caminan despacio. Hoy abro este blog para colocar en la red algunos de mis trabajos que quedaron circunscritos al público reducido de las revistas universitarias. Inicio con la reedición del artículo "María Sabina, Huautla y los mazatecos", que publiqué en la Revista El Acordeón, hace más de diez años. Vamos a caminar.

A la memoria de mi maestro Fernando Benítez

Mujer Aerolito soy / Mujer estrella soy / Mujer águila soy / Mujer sabia en medicina soy / Mujer sabia en hierbas soy / Soy María Sabina.

María Sabina (17-III-1896/22-XI-1985) 



Foto de Don Juan Peralta (foto JCR)

La profunda conmoción que siguió al terremoto de 1985, hizo pasar casi inadvertida la noticia de la muerte de María Sabina, posiblemente la última chamana mazateca, ocurrida dos meses después de ese trágico acontecimiento. Sus restos reposan en una sencilla tumba del cementerio de Huautla de Jiménez, pueblo de 12 mil habitantes enclavado en el corazón de la sierra norte de Oaxaca. En la punta del cerro Fortín, desde la que se domina el pueblo, permanece la choza a la que llegaron no pocos sabios, artistas, antropólogos, botánicos, lingüistas, etnólogos, periodistas y miles de jóvenes atraídos por el misterio y la magia que rodearon a esta mujer indígena. Heredera de una sabiduría ancestral, María Sabina ganó para sí la admiración y el respeto de personajes como Robert Gordon Wasson, vicepresidente del Banco Morgan y fundador de la etnomicología; de Roger Heim, el más importante micólogo de nuestro tiempo; del sabio Gutierre Tibón y del periodista Fernando Benítez. Este texto, mínimo homenaje a la Mujer aerolito, reúne historias sueltas, recuerdos e impresiones que apuntan a lo mismo: María Sabina, Huautla y los Mazatecos.

La Nación Mazateca

La accidentada serranía que nace en el Pico de Orizaba y termina en el Istmo, recorre tres estados: Veracruz, la porción de Orizaba y Zongolica; Puebla, la sierra Colorada y Oaxaca, la región mazateca. La Sierra Mazateca tiene una longitud de 300 kilómetros y 75 de anchura media. Limita, al norte, con el río Piola, luego llamado Tonto; al sur, con el río Quiotepec, después río Grande; al este, con el nacimiento de los ríos: Teopoxco, Chiquito y Petlapa, y al oeste con la orilla occidental de la Presa Miguel Alemán o Lago Soyaltepec. Sus alturas fluctúan entre los 250 y los 3,000 metros sobre el nivel del mar, y tiene bosques mixtos de encinos y algunas coníferas.
Subir a la Mazateca es subir a una de las regiones productoras de uno de los mejores cafés del mundo. A fines del siglo pasado, don Matías Romero, ministro de Hacienda de Díaz, recorrió la sierra en gira de propaganda para que se introdujera el cultivo del café. Desde entonces ha sido el producto principal de los mazatecos. Por todos lados aparecen las matas del café encendidas con racimos de cerezas, bajo la sombra de árboles nodrizas, de naranjos, de palos de mamey. Es el bosque tropical y la selva alta. La sierra sigue teniendo una belleza primitiva: cascadas, arroyos, ríos, cañadas impenetrables, barrancas profundas, cavernas a las que no se les conoce el fin.

Los sabios comienzan desde pequeños

Durante una larga existencia de casi noventa años, María Sabina llevó una vida dura, difícil. “He sufrido por pobre —decía—. Mis manos encallecieron por el trabajo rudo. Mis pies también son callosos. Nunca he usado zapatos pero conozco los caminos. Los caminos lodosos, polvosos y pedregosos han curtido las plantas de mis pies”. Como todas las niñas indígenas, desde muy temprana edad ayudaba en las tareas domésticas: barría, iba por leña, traía el agua, ponía el nixtamal, echaba tortilla, cuidaba a la hermana, bordaba, hacía pan y velas para vender.
Desde pequeña María supo de los hongos. Recuerda que cuando tenía “cinco, seis o siete años” su tío Emilio Cristino había caído enfermo y su abuela, preocupada, había ido en busca de un sabio para que lo sanara. Al caer la noche, el curandero llegó a la choza. María Sabina, sentadita en su petate, observaba cómo el curandero sacaba de una de hoja de plátano unos hongos del “tamaño de una mano”.

Vi cómo repartía los hongos contándolos por pares y los fue entregando a cada uno de los presentes incluyendo al enfermo. Más tarde, en completa oscuridad, hablaba, hablaba y hablaba. Su lenguaje era muy bonito. A mí me gustó. Por momentos el sabio cantaba, cantaba y cantaba. No comprendía exactamente sus palabras pero a mí me agradaba... Por la madrugada, el tío enfermo, ya no parecía tan enfermo, se fue incorporando lentamente...
[1]

Al cumplir los catorce años fue pedida por Serapio Martínez. Los indios, claro está, no se casaban por la iglesia ni por el civil sino ante el consejo de ancianos. No hubo casamiento. Su madre, luego de ordenarle que recogiera sus cosas, le dijo: “ahora perteneces a este joven que será tu marido. Ve con él. Atiéndelo bien. Ya eres una mujercita...”
Ese año, Francisco I. Madero lanzaba el Plan de San Luis en contra del tirano. Al tiempo, el general Adolfo Pineda, jefe del movimiento carrancista en la región, pasó por distintos pueblos de la sierra enrolando jóvenes. Serapio fue uno de ellos. Durante sus esporádicas visitas a Huautla, él y María Sabina procrearon tres hijos: Catarino, Viviana y Apolonia.
Al cabo de seis años de andar en la bola y recién instalado en Huautla, Serapio murió de una extraña enfermedad. María Sabina se conservó viuda durante doce, hasta que fue nuevamente pedida por Marcial Carrera, con quien tuvo seis hijos, de los que sólo le sobrevivió su hija Aurora. Trece años vivió con Marcial, pues éste fue muerto por los hijos de una señora con quien tenía relaciones. A partir de entonces María Sabina se consagraría por completo al conocimiento de los hongos, al libro del Lenguaje y de la Sabiduría:

Uno de los Seres Principales, me habló y me dijo: María Sabina, este es el Libro de la Sabiduría. Es el Libro del Lenguaje. Todo lo que en él hay escrito es para ti. El Libro es tuyo, tómalo para que trabajes...” Yo exclamé emocionada: “Eso es para mí. Lo recibo...
[2]


[1] Alvaro Estrada, Vida de María Sabina, la sabia de los hongos, 6a. edición, México, Siglo XXI, p. 43.
[2] Ibid. p. 56.

Continuará...

El Lenguaje de la Belleza

  Fotografías de Juan Carlos Rangel Cárdenas