domingo, 31 de agosto de 2008

ESCALERA AL INFRAMUNDO



La primera imagen es el arranque de la escalera desde el Templo de las Inscripciones. Esta es la primera escalinata con la que se toparon los trabajadores luego de retirar la pesada losa que tapaba la entrada.
La segunda imagen es la del descanso que está entre la escalera que baja del templo y la que nos conduce a la tumba de Pacal.
La tercera imagen es el segundo tramo de la escalera. Allí vemos el piso que está bajo toneladas de piedra en el núcleo de la pirámide y se halla al nivel de la plaza.
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Las tres fotografías son de Juan Carlos Rangel

INFORME RUZ. PRIMERA PARTE



San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 12 de abril de 1994.
De: Moisés Morales y Juan Carlos Rangel,
Para: Arnoldo González

En la Introducción de su informe Ruz Lhuillier señala que “desde 1949 hasta 1958... estuvo comisionado por la Dirección de Monumentos Prehispánicos del INAH para dirigir los trabajos arqueológicos en Palenque”.(1) Durante esa década realizó once temporadas de exploraciones con la valiosa colaboración de una treintena de arqueólogos, antropólogos físicos, artistas y estudiantes de la Escuela de Antropología e Historia y de la Escuela Nacional de Arquitectura.
A mediados de abril de 1949, Ruz Lhuillier decidió explorar personalmente la pirámide y el Templo de las Inscripciones o de las “Leyes”, uno de los edificios más imponentes de Palenque por sus dimensiones y por su ubicación. Se destaca en forma espectacular sobre el fondo de la selva, incrustado en un cerro, con los ocho cuerpos escalonados de su pirámide y su estrecha escalinata de 60 peldaños, en tres tramos, que conduce a la plataforma superior, a más de veinte metros sobre el nivel de la plaza.
Debe su nombre a la existencia de grandes tableros esculpidos que contienen una de las más largas inscripciones jeroglíficas de los mayas (620 jeroglíficos repartidos en tres tableros) en la que se descifraron numerosas fechas durante un período de doscientos años. La voz popular transformó en "Leyes" el contenido de esa inscripción.

La clave está en la observación

Luego de ordenar la limpieza escrupulosa del piso del templo, Ruz observó que a diferencia de los demás templos de Palenque, cuyo piso era un aplanado, el cuarto central tenía un piso de bloques rectangulares de piedra caliza, uno de los cuales tenía una docena de orificios con tapones de piedra. Se fijó también que la lápida perforada no marcaba el final inferior de los muros, sino que continuaban más abajo de la losa.
Ya el arqueólogo danés Franz Blom, quien recibió el primer encargo oficial del Gobierno mexicano para levantar un estudio sobre Palenque, de diciembre de 1922 a marzo de 1923, había visto dicha losa:

Templo de las Inscripciones —escribe— ha sido descrito repetidas veces en gran detalle... En sus paredes hay tres grandes tableros conteniendo filas de jeroglíficos. Durante la visita de un inspector del Gobierno Mexicano, estos tableros fueron limpiados con un ácido, con el resultado fatal de que las inscripciones se están ahora descascarando. En el cuarto posterior de este templo, el piso está hecho de grandes lápidas, de las cuales una tiene dos filas de agujeros perforados que solían tapar con tapones. No puedo imaginarme para qué servirían estos agujeros. (2)

“No puedo imaginarme para qué servirían estos agujeros”, dice Blom, y esa falta de imaginación y de curiosidad le impidió haber ganado para sí la gloria de uno de los descubrimientos arqueológicos de mayor trascendencia en este siglo. Cierto, Blom estuvo tres meses en Palenque y sólo tuvo tiempo de reconocer algunos conjuntos de edificios que se encontraban bajo la vegetación. Lo increíble es que ni siquiera haya hecho el intento de escarbar en los orificios. Ni modo.
Ruz ordenó remover la pesada losa. Luego hizo que se excavara el aplanado de tierra, y a poca profundidad los peones se toparon con una piedra que servía de cierre a una bóveda, y más abajo con un peldaño, luego otro, y otros más: “habíamos descubierto —exclama Ruz emocionado— una escalera interior cuya tapa era precisamente la lápida perforada que parte del piso”. (3)

Una escalera al Inframundo

¡Había encontrado una escalera con sus muros y bóveda perfectamente conservados!, pero totalmente rellena con toneladas de gruesas piedras y tierra, cuya obstrucción había sido hecha de manera deliberada. Nunca antes en la arqueología de este continente alguien se había encontrado con una construcción parecida. La única comparación que podía establecerse era ciertamente con las pirámides-tumbas del antiguo Egipto. Durante dos años, en cuatro temporadas a razón de dos meses y medio cada una, se llevó a acabo la lenta y difícil tarea para vaciarla.
La escalera baja un primer tramo de cuarenta y cinco escalones para llegar a un descanso. “A ese nivel —explica Ruz— da una primera vuelta en ángulo recto, y a pocos metros después forma otro ángulo recto, al que sigue un segundo tramo de dieciocho escalones que conduce a un corredor cuyo nivel es más o menos el de la plaza, es decir, unos veintidós metros debajo del piso del templo”. (4)
Eric Thompson tuvo la fortuna de descender por aquella escalera con el propio Ruz como guía, antes de que se descubriera la cámara fúnebre. Dice Thompson:

...fue una experiencia que no olvidaré nunca. Allí el pasado parecía cobrar actualidad y se necesitaba muy poca imaginación para retrotraer la escena que me rodeaba y ver a los antepasados de los peones mayas que trabajaban con Ruz cerrando, a piedra y lodo, la citada escalera. Únicamente había que sustituir las luces eléctricas por antorchas de pino, los pantalones por los taparrabo nativos y poner un jefe de obras maya con la cabeza deformada artificialmente en lugar de Ruz. (5)

Al término de la escalera Ruz descubrió una importante ofrenda que consistía en una caja de mampostería, empotrada en un muro, con platos de barro, cuentas y orejeras de jade, conchas llenas de pintura roja y una hermosa perla de 13 milímetros de largo. Se quitó el muro y como a dos metros y medio, apareció una segunda pared: “Se suponía —dice Ruz— que inmediatamente detrás encontraríamos por fin lo que había motivado la construcción de la escalera, pero en realidad el muro no era más que el paramento exterior de un macizo de piedras y cal de cerca de cuatro metros de largo cuya demolición resultó ser tarea larga y dolorosa en vista de que la cal todavía fresca por la tremenda humedad que allí reinaba, quemaba las manos de los trabajadores”. (6)
Aparecieron, al final del pasillo, dos gradas que conducían a un pequeño descanso más alto que el piso. Mientras se retiraba el escombro, Ruz observó detenidamente que en el paramento izquierdo del corredor estaba empotrada una enorme losa triangular que cerraba una entrada. Sobre el descanso se encontró con una especie de caja que abarcaba todo lo ancho del corredor y que estaba cerrada por losas separadas entre sí por gruesas capas de cal. Al retirarlas apareció un entierro colectivo: yacían los huesos muy mezclados y destruidos de probablemente seis jóvenes, entre los cuales por lo menos una mujer; el supuesto sacrificio de estos mancebos para acompañar a su Señor hasta el inframundo, costumbre funeraria maya, aumentaba la posibilidad de una tumba...
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(1) Ruz Lhuillier, Alberto, op. cit., p. 11.
(2) Ibid., p. 31. (subrayado de Ruz Lhuillier)
(3) Ruz Lhuillier, Alberto, La civilización de los antiguos mayas, tercera edición, México, FCE, 1991, p. 81
(4) ídem.
(5) Thompson, J. Eric, Grandeza y decadencia de los mayas, p. 102-103.
(6) Ruz Lhuillier, Alberto, El Templo de las Inscripciones: Palenque, p. 49.

Armar el rompecabezas

Luego de una minuciosa lectura don Moisés y yo habíamos encontrado lo que Arnoldo nos había pedido con especial interés. La revisión de este importante documento nos permitió revalorar el trabajo meticuloso y el empeño que puso Ruz Lhuillier en el que fuera su descubrimiento mayor como arqueólogo (Fig. 7). Fue siempre un investigador mesurado cuyas intuiciones y reflexiones las hizo sobre bases firmes, y nunca se dejó llevar por una imaginación desmedida ni por juicios sin fundamento.
Don Moisés y yo escogimos, con base en nuestras coincidencias, las partes del Informe Ruz para redactar el texto. Después de una última revisión, ya para anochecer, pudimos imprimirlo. El documento que entregamos a Arnoldo, es el siguiente:

domingo, 29 de junio de 2008

PALENQUE A ESCENA MUNDIA: JOHN LLOYD STEPHENS Y FREDERICK CATHERWOOD

John Lloyd Stephens


Uno de los libros más vibrantes y mejor ilustrados que se hayan publicado sobre los primeros viajes al área maya, se debe al abogado y viajero norteamericano John Lloyd Stephens, y a su colaborador y amigo el dibujante inglés Frederick Catherwood, que lleva por título: Incidentes de viaje en Centro América, Chiapas y Yucatán.[1] Gracias a esta obra, el pueblo maya de la antigüedad pudo finalmente ser descubierto a mediados del siglo pasado por el gran público europeo y de los Estados Unidos. Fue un libro con el que Stephens ganó fama y dinero.

Una vez egresado de la Universidad de Columbia, y debido a una recomendación médica, Stephens realizó un largo viaje por diversos países de Europa y por Egipto. Los viajes no sólo ilustran, como dice el refrán, también permiten a los hombres reconocer su propia cultura y distinguir aquellas que le son ajenas. Con un estilo claro y directo, Stephens hace precisas observaciones y atinadas comparaciones de los sitios mayas que fue visitando, entremezcladas con la narración fascinante de las experiencias más o menos pintorescas del viaje. La gran mayoría de los viajeros y expedicionarios que llegaron tras él, lo hicieron atraídos por sus relatos y por las estupendas acuarelas y grabados de Catherwood.

Stephens y su amigo entraron a Chiapas, desde El Petén guatemalteco, vía Comitán y Ocosingo. Para continuar hacia Palenque tomaron el viejo camino real de Yajalón, Tumbalá y San Pedro Sabana. Al salir de esta última aldea, se internaron en la parte noroccidental de la Selva Lacandona y las agrestes serranías adyacentes. Esta agotadora experiencia es narrada por Stephens con intenso dramatismo que lo hace a uno partícipe de su aventura. Hay un hecho que bien vale la pena recoger completo, para dar una idea del esfuerzo que hicieron. Stephens describe cómo, sentado en una silla, fue transportado por un indígena que lo cargaba sobre su espalda. He aquí el relato:

"Habíamos traído la silla con nosotros simplemente como una medida de precaución, con mucha probabilidad de vernos obligados a usarla; pero en una empinada cuesta, que por poco me hace estallar la cabeza de pensar en la subida, recurrí a ella por la primera vez. Era una grande y tosca silla de brazos, asegurada con tarugos y cuerdas de corteza. El indio que iba a conducirme, lo mismo que todos los demás, era pequeño, no mayor de cinco pies y siete pulgadas (1.67 m.), muy delgado, pero simétricamente formado. Una correa de corteza fue atada a los brazos de la silla, ajustado el largo de las cuerdas, y suavizada la corteza de la frente con una pequeña almohadilla para disminuir la presión. La levantaron dos indios, uno de cada lado, y el conductor se puso de pie, se quedó inmóvil un momento, me elevó una o dos veces para acomodarme sobre sus hombros, y emprendió la marcha con un hombre a cada lado. Esto era un gran alivio, pero yo podía sentir cada uno de sus movimientos, hasta las elevaciones de su pecho para respirar. El ascenso fue uno de los más escarpados de todo el camino. A los pocos minutos se detuvo y exhaló un sonido, usual entre los indios cargadores, entre silbido y jadeo, siempre doloroso para mis oídos, pero que nunca lo había sentido antes tan desagradable. Iba yo con la cara para atrás; no podía mirar el rumbo que llevaba, pero observé que el indio de la izquierda retrocedió. Para que mi conducción no resultara tan difícil, me senté tan quieto como pude; pero a los pocos minutos, al mirar por sobre mi hombro, vi que nos estábamos aproximando al borde de un precipicio de más de mil pies (300 m) de profundidad. Aquí estaba yo muy ansioso de bajarme; pero no podía hablar inteligiblemente, y los indios no pudieron o no quisieron entender mis señas. Mi conductor se movía con cuidado hacia adelante, con el pie izquierdo primero, tanteando si la piedra donde lo ponía se hallaba firme y segura antes de poner el otro, y por grados, después de un movimiento especialmente cuidadoso, adelantó ambos pies a medio paso de la orilla del precipicio, se detuvo y lanzó un tremendo silbido con jadeo. Mi conductor al respirar me subía y me bajaba, sentía su cuerpo temblando junto al mío, y sus rodillas parecían ya flaquear. El precipicio era espantoso, y el más leve movimiento irregular de mi parte podría arrojarnos juntos hasta el fondo. Yo le habría relevado por lo que faltaba de camino, con su paga completa por el resto del viaje, con tal de verme libre de sus espaldas; pero otra vez se puso en marcha y, con el mismo cuidado, siguió subiendo varios pasos tan cerca de la orilla, que aún sobre el lomo de una mula habría sido un paso muy desagradable. Mi temor de que se inutilizara o que tropezara era excesivo. Para mi completo alivio, la senda se apartó del precipicio; mas apenas me congratulaba de mi escape cuando descendió algunos pasos. Esto era mucho peor que la subida; si él caía, nada podría librarme de ser lanzado sobre su cabeza; pero me quedé ahí hasta que me bajó por su propia voluntad. El pobre muchacho estaba bañado en sudor, y cada uno de sus miembros temblaba..."[2]

Este delirante trayecto de cientos de kilómetros a través de la selva, fue uno de los más penosos y duros que realizaron Stephens y Catherwood en su recorrido por Centroamérica, Chiapas y Yucatán. Entre sus recuerdos más amargos están los diminutos mosquitos, a quienes llaman “asesinos del descanso”. Luego de las penosas jornadas de camino diario eran asediados por nubes de estos insectos que les impedían comer y descansar. Para dormir preferían meterse en las partes bajas de los ríos o ponían una pequeña fogata bajo sus hamacas, como hacen los lacandones. Al final de ese martirio Stephens exclamó exhausto: “Por fin salimos a un llano abierto y miramos hacia atrás la cordillera que habíamos cruzado, extendiéndose hasta El Petén y hacia la tierra de los indios sin bautismo”.[3]
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[1]Stephens, John Lloyd., Incidentes de viaje en Centro América, Chiapas y Yucatán, Guatemala, C.A., Imprenta Nacional, 1940.
[2]Stephens, John Ll., Incidentes de viaje en Centro América, Chiapas y Yucatán, en Jan de Vos, Viajes al desierto de la soledad. Cuando la Selva Lacandona aún era selva, México, SEP-Ciesas, 1988, p. 55-56.
[3]Ibid., p. 60.

jueves, 27 de marzo de 2008

EN BUSCA DEL INFORME RUZ LHUILLIER


El Templo de las Inscripciones visto desde El Palacio. Foto de JCR


San Cristóbal de Fray Bartolomé de las Casas es una ciudad de un sabor, de un aroma auténticamente colonial (Fig. 3). La diferencia entre San Cristóbal y cualquier otra ciudad colonial del país, es que en ella se ha detenido el tiempo. San Cristóbal conserva otro ritmo y, por fortuna, no ha sido alterada radicalmente por la modernidad. El cruce de culturas, la convivencia entre pueblos, la diversidad de lenguas y la supervivencia de tradiciones, han permitido la conservación de esta hermosa y culta ciudad, en uno de los confines de México.
Un taxi nos llevó hasta la casa de Jan de Vos. Jan es doctor en Historia por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, y vive en México desde 1972. Es investigador titular del Ciesas del Suereste y en 1986 el gobierno del estado lo distinguió con el “Premio Chiapas”, en la rama de Ciencias por su obra de investigación. Su casa está en uno de los barrios tradicionales de San Cristóbal. Salió atento a recibirnos. Al ver a don Moisés, lo recibió con un abrazo efusivo.
—Soy Juan Carlos Rangel —me presenté.
—Mucho gusto, ya me habló Arnoldo de usted .
Nos invitó a pasar al recibidor que está en uno de los corredores. Antes de que soltáramos las primeras palabras nos dijo que Arnoldo ya se había comunicado con él para darle la buena nueva. Como era poco lo que teníamos que agregar, don Moisés tomó la iniciativa:
—Como debes imaginarte, Arnoldo está muy entusiasmado con la posibilidad de un hallazgo importante. Tiene especial interés en que revisemos el Informe de Ruz Lhuillier, para extraer de él las experiencias de su trabajo arqueológico en el Templo de las Inscripciones. Dice que deben tomarlse en cuenta. Y por ello estamos aquí, solicitando tu ayuda.
Nos ofreció un espumoso chocolate del Soconusco y nos invitó a pasar a su biblioteca, un cuarto muy grande con libreros alrededor de las paredes y anaqueles. Nos llevó hasta una mesa bajo el ventanal y se dirigió a uno de los estantes. A su regreso traía consigo un grueso legajo en las manos.
—Ésta es —nos dijo con el acento que tienen los francoparlantes cuando hablan español— una copia original del informe Ruz. El original lo entregó al INAH a finales de 1958, una vez concluida su labor de diez años como jefe del campamento en Palenque­. Sirvió de base para una edición que publicaron la SEP y el INAH en los años setenta, y que circuló escasamente, como sucede con este tipo de obras.[1] Ahí están a su disposición la computadora, la impresora y hojas; en la estufa hay café y chocolate. Para cualquier consulta tienen la biblioteca a su disposición. Además, están cordialmente invitados para cenar esta noche en casa, pues el arquitecto George Andrews se encuentra en San Cristóbal y he organizado una velada para él. Nos veremos más tarde.
Apenas nos dio tiempo de agradecerle su hospitalidad, pues se marchó de inmediato. Don Moisés me dijo:
—¡Estamos de suerte!, Andrews es uno de los expertos más renombrados en el campo de la arquitectura maya.

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[1]Ruz Lhuillier, Alberto, El Templo de las Imscripciones: Palenque, México, INAH-SEP, 1973, 269 p. Colección Científica, Arqueología.

Una publicación tardía: Antiquités mexicaines

Conjunto escultural conocido como "Los esclavos", en uno de los patios del Palacio. Foto JCR


Por desgracia, los informes y dibujos desaparecieron en la tormenta que no terminó sino con la Independencia de México en 1821. No obstante, un investigador francés, Henry Baradère, obtuvo del gobierno mexicano 145 dibujos originales de Castañeda y una copia de los informes de Dupaix, mediante acuerdo firmado el 7 de noviembre de 1828,.
Sin que hasta la fecha pueda encontrarse explicación alguna, fue hasta 1834 cuando Bradère recibió una copia de los manuscritos, y tuvieron que transcurrir diez años más para que el informe de Dupaix fuese publicado junto con otros documentos de interés distinto, en dos enormes volúmenes salidos de la imprenta de Firmin Didot Frères en París, en 1844, bajo el título de Antiquités mexicaines.[1]
Entre los documentos anexos de esta obra figuran las cartas de dos personajes famosos, quienes de seguro se asomaron al informe del capitán Dupaix y los dibujos de Castañeda. La primera es una carta del barón Alejandro de Humboldt, del 26 de julio de 1826, donde hace alusión al “hecho misteriosamente curioso de la imagen de una cruz, e incluso de la adoración de una cruz, en las ruinas de Palenque, en Guatemala”.[2] La segunda, firmada “En Tacubaya, el 6 de diciembre de 1834”, por don Antonio López de Santa Anna, dice a la letra:

El templo y los monumentos de Palenque son dignos de entrar en paralelo con las pirámides de Egipto; y, sea que fuesen erigidas en memoria de acontecimientos gloriosos, o construidas por la munificencia de los príncipes, no habrían gozado de menor celebridad que los monumentos egipcios si la historia hubiera transmitido a la posteridad su origen y el nombre de sus autores. Desafortunadamente, los anales de esos pueblos no han llegado en absoluto hasta nosotros...[3]

En tanto, Guillermo Dupaix y Luciano Castañeda desaparecieron de la escena pública al término de la tercera expedición. Nada volvió a saberse de ellos. Queda, sin embargo, su visión un tanto romántica de Palenque cuyo mérito es haber ofrecido un punto de partida indiscutible para el estudio de la cultura maya.

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[1]Ver Soustelle, Jacques, op. cit., p. 229.
[2]En ese momento Chiapas pertenecía a la Capitanía General de Guatemala.
[3]Soustelle, Jacques, op. cit., p. 299-230.

martes, 19 de febrero de 2008

GUILLERMO DUPAIX, pionero de la arqueología mexicana

Alto relieve en estuco en uno de los tableros del Templo de las Inscripciones. Foto JCR

Habrían de pasar 18 años desde 1787, año en que don Antonio del Río fechara en las ruinas de Palenque su informe al rey Carlos III, para que el Capitán de Dragones Guillermo Dupaix,[1] apareciera en la escena de los estudios mayas. A Dupaix debe reconocérsele como uno de los precursores de la arqueología no sólo de Palenque, sino de México. Conoció en compañía del sabio don Antonio Alzate y Ramírez, pariente cercano de Sor Juana, las ruinas de Xochicalco y él, por su cuenta, habría de recorrer algunos otros sitios del Altiplano Central, del Valle de Oaxaca y de la vertiente del golfo, como Tula, Mitla y El Tajín.

A su paso por nuestro país, el ilustre viajero alemán, Alejandro de Humboldt, llegó a tratarlo y conoció su colección particular. En uno de sus escritos el barón decía que Dupaix “había dibujado con gran exactitud los relieves de la pirámide de Papantla (El Tajín), acerca de la cual intenta publicar una curiosísima obra”.
[2]

Por interés manifiesto del Rey Carlos III Guillermo Dupaix realizó algunas visitas entre los años de 1805, 1806 y 1807, e hizo una rigurosa inspección de Palenque, en compañía del “excelente dibujante mexicano, Luciano Castañeda”.
[3] El único sitio maya de importancia que Dupaix visitó fue Palenque. De camino hacia éste estuvo en Villa Real de Chiapa, hoy San Cristóbal, donde pudo conocer a don Ramón Ordóñez —“el paladín de las ruinas de toda la vida”[4]—, quien de seguro alimentó sus expectativas. Continuó hacia Palenque, y ya en las ruinas estableció su campamento en la plaza, frente al Palacio, para desde ahí dirigir la exploración. Pese al apoyo del gobierno y de la protección de una nutrida escolta de Dragones, Dupaix reconoce en su informe la durísima tarea a la que se entregó: “todos estuvimos muy malos. El dibujante particularmente llegó hasta los umbrales del sepulcro”.

Luego de una primera revisión de edificios y dados sus conocimientos artísticos, Dupaix quedó perplejo ante las ruinas de la ciudad. En el Templo de la Cruz, por ejemplo, al que calificó de suntuoso, le sorprendió el gran parecido con el símbolo de la cristiandad, pues en el tablero central se encuentra una hermosa figura en relieve en forma de cruz que le ha dado nombre al tablero y al templo. Afortunadamente, pronto abandonó el intento de interpretar la compleja lápida. Las extrañas cabezas y la vestimenta de los personajes que encontraba plasmados en los relieves, lo llevaron a decir que aquella era una raza desconocida por los historiadores. Dupaix ignoraba, por supuesto, que los mayas deformaban su cabeza y se hacían incrustación y mutilación dentaria como rasgo estilístico propio. En la descripción que hace de los bajorrelieves, dice:

La mayor parte de las figuras están erguidas y son bien proporcionadas; todas se hallan de perfil, son majestuosas y casi colosales, pues miden más de un metro con 80 centímetros, en tanto que por sus actitudes se aprecia una gran libertad de movimiento, con cierta expresión de dignidad. Aunque suntuoso, su atuendo nunca les cubre completamente el cuerpo; se adornan la cabeza con yelmos, penachos y plumas desplegadas; y además usan collares de los que cuelgan medallones. Muchas de las figuras sostienen una especie de cetro o bastón en una mano; a los pies de otras están colocadas figuras más pequeñas en posturas reverentes, y algunas se hallan rodeadas de filas de jeroglifos.
[5]

El aire de autoridad y el elegante atuendo lo llevaron a concluir, con más intuición que conocimiento, que aquellas figuras representaban reyes y que las lápidas narraban la historia de la ciudad. Aún siendo ésta una conclusión en cierto sentido razonable, señalaba que algunas de ellas podían ser sólo decorativas, sin ninguna significación política o religiosa.


Es lógico pensar, por otra parte, que para la mentalidad europea de la época las figuras mayas fueran algo desconocidas y hasta deformes. Por ello, Dupaix dudó que los indios ch'oles contemporáneos de él fueran descendientes directos de aquellos que podían verse en tableros y estucos. Terminó por advertir, no sin cierta ingenuidad, que Palenque no tenía semejanza o influencia alguna de culturas como la china, la árabe o cartaginesa, ni tampoco relación con las obras de otros pueblos del viejo mundo.

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[1] Nacido en Austria hacia 1750, en una familia de origen francés, Dupaix había ido en su juventud a España, donde entró al servicio del rey. Se cree que murió en México en 1818.7[2] Humboldt, Alexander von, Researches concerning the Institutions of the Ancient Inhabitants of America..., 2 vols., Londres, 1814, 1, p. 43, en Brunhouse, op. cit., p. 22.[3] Soustelle, Jacques, Los Mayas, México, FCE, 1988, p. 229.[4] Brunhouse, Robert L., op. cit., p. 30.[5] Ibid., p. 31.

viernes, 1 de febrero de 2008

POR AIRE A SAN CRISTÓBAL, EN LOS ALTOS DE CHIAPAS


El conjunto de la Cruz en todo su esplendor. (Foto de JCR)
Instalados en una avioneta bimotor Cessna de ocho plazas al inicio de la pista, el Capitán Piloto Aviador, Jesús Figueroa, jaló sobre sí el acelerador, y el avioncito enfiló a toda máquina por la franja de asfalto hasta que dio un salto y empezó a elevarse, desafiando las leyes de la gravedad. Luego de dar un giro de 180 grados, sobrevolamos el pueblo de Palenque en dirección a las ruinas. Frente a nosotros, el macizo montañoso de la Sierra Madre del Norte de Chiapas; abajo, a nuestra izquierda, apareció el centro ceremonial de Palenque, como suspendido en el tiempo, justo en el arranque de las primeras colinas.

Don Moisés sacó un libro de su morral. Hurgó entre sus páginas y me señaló una de ellas. Me puse a leer:

Abriéndose paso por entre las aguas del Océano Pacífico y en un prolongado tiempo histórico, que los geólogos ubican desde los estratos metamórficos del paleozoico hasta los depósitos naturales del cuaternario —con rocas intrusivas, capas marinas y formaciones volcánicas—, las actuales tierras de Chiapas emergieron violentas a la superficie. Enormes cataclismos engulleron sucesivamente viejas rocas y bosques primitivos, que con el tiempo se convirtieron en mantos freáticos y yacimientos petroleros. Después, esta espesa costra, repoblada de plantas y violentamente desigual, fue recorrida como el cuerpo femenino de la madre tierra, y paulatinamente poblada y modificada por los hombres. Sus abruptas divisiones originales, sus universos primigenios, se mantienen hasta hoy, la tierra fría de altiplanos, coníferas y montañas, poco fértil pero sana, y la tierra caliente —K’ixin K’inal—, de valles interiores, verdes cañadas o espesura tropical y húmeda, refugio de perseguidos y fuente de enfermedades.


En el centro se levanta la zona montañosa de los Altos, que se continúa hasta la vecindad con Oaxaca, sólo interrumpida por el enorme tajo del Sumidero, que deja pasar entre cañones las aguas del Río Grande de Grijalva en su marcha hacia la planicie tabasqueña. Al norte, la cresta montañosa desciende lenta y boscosa, aminorándose poco a poco, desde cerca de los tres mil metros hasta casi el nivel del mar. Al oriente, el descenso semeja olas sucesivas de montañas que van a extinguirse en el interior de la selva del Petén. Desde los seiscientos metros de altura empieza la floresta tropical conocida hoy como Selva Lacandona, atravesada por largas cañadas; asiento de ríos, lagos, pantanos y caseríos aislados. En su flanco sureste, y antes de descender a la selva, a la depresión del Grijalva, o a estrellarse contra los Cuchumatanes, la región de los Altos se resolvió en enormes altiplanicies barridas por el viento: los llanos de Comitán y la región de los tojolabales.
[1]

Es una página de la Introducción de Antonio García de León, a su gran libro sobre Chiapas: Resistencia y Utopía,
[2] uno de los estudios regionales más importantes de la historiografía mexicana, en el que reconstruye la “portentosa historia de la lucha social en Chiapas —dice en su solapa— desde la Conquista hasta finales del cardenismo”. Es una obra en la que el autor revela un vasto conocimiento sobre el tema, pero también una gran pasión por esta tierra.
—¡Juan Carlos! —me gritó don Moisés y me hizo una señal con la mano para que me asomara por la ventanilla.

¡Eran las Cascadas de Agua Azul! Allí estaban, perpetuas. Sus aguas, color turquesa, se hacen más intensas al contrastarse con el jade de la selva. Pocos son los espectáculos naturales como éste que aún podemos ver en México. Pozas y cascadas de ensueño en medio de una impetuosa vegetación. Es cierto, donde hay agua, hay vida...


El Capitán Figueroa, experimentado piloto aviador que se precia de conocer todas las rutas aéreas de Chiapas, y con quien habríamos de volar en múltiples ocasiones, nos dijo que nos acercábamos a Ocosingo.


—Allí abajo, donde está el mercado —nos señaló—, se libraron combates entre el Ejército Mexicano y unidades del EZLN. Este pueblo, antes tranquilo y famoso por sus exquisitos quesos de bola —nos siguió explicando—, se convirtió en noticia de ocho columnas, como dicen ustedes los periodistas, durante los primeros días de 1994.


Don Moisés me volvió a hacer una seña para que me asomara por la ventanilla:


—Allí está Toniná
[3]—casi me gritó—. Su pirámide es la más alta en toda Mesoamérica.
Desprendiéndose de la montaña una enorme y compleja masa piramidal dominaba el frente de este centro, a sólo once kilómetros de Ocosingo. También se veían algunas pirámides menores y los montículos inconfundibles del juego de pelota. Un bosque intrincado cubría los alrededores. Montañas cada vez más altas se sucedían unas a otras y el avioncito seguía ganando altura. La vista se perdía hacia el extenso valle de Ocosingo, otra de las entradas naturales a la Selva Lacandona, por el lado de la región conocida como La Cañada.


Comenzó a bajar la temperatura al grado que tuvimos que ponernos las chamarras. En cuestión de minutos pasamos del calor húmedo de la planicie, al aire frío de las montañas. Se empezaron a ver los primeros manchones de coníferas y después los bosques. El Capitán Figueroa se comunicó con el controlador de vuelos de San Cristóbal y ante nosotros se abrió el alto valle de Hueyzacatlan, a 2,200 msnm., donde los conquistadores que encabezaba el Capitán Diego de Mazariegos, fundaron en 1528 la Villa Real, la Chiapa de los Españoles.
[4] Aterrizamos sin contratiempo.

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Referencias de esta entrada:

[1] García de León, Antonio, Resistencia y utopía. Memorial de agravios y crónica de revueltas y profecías acaecidas en la provincia de Chiapas durante los últimos quinientos años de su historia, México, Ediciones Era, 1993, tomo I, p. 25.
[2] Ver bibliografía.
[3] Ver Guía de zonas arqueológicas.
[4] A escasos 15 kilómetros de Tuxtla Gutiérrez, camino a Los Altos, se encuentra Chiapa de Corzo, encantadora población tropical que según la leyenda re­cogida por el Padre Remesal en 1619, fue habitada en los tiempos anteriores a la conquista por una tribu de bravos guerreros, los Chiapa, que provenía del norte de Nicaragua. Diego de Mazariegos, capitán del ejército español que aniquiló con saña la capital india, fundó, el 1° de marzo de 1528, una nueva ciudad en la margen derecha del río Río Grande o Grijalva que llamó Chiapa de los Indios, hoy de (Angel Albino) Corzo, en memoria del líder liberal chiapaneco. El clima calu­roso del lugar y la ambición, llevó a los conquistadores a buscar un lugar más propicio en las tierras altas. Luego de treinta días de exploración llegaron hasta el valle de Hueyzacatlan y allí fundaron la Villa Real, la Chiapa de los Españoles, hoy San Cristóbal de las Casas. Ha­bía pues dos Chiapa, y por ello se le denominó Las Chiapas, voz náhuatl con terminación española, de donde el nombre actual del estado: Chiapas. Por cierto que su nombre le viene de una semilla muy conocida en México y en Centroamérica con la que se prepara una bebida deliciosa y refrescante: la chía. La voz náhuatl chía de radicales desconocidas, asociada a la posposición apan, compuesta de atl, agua, y pan, sobre, forman Chiapan: “río de la chía”, “en el agua de la chía” o “lugar fundado sobre tierra mojada, donde se cultiva la chía”, en Gutierre Tibon, Aventuras en México 1937-1983, México, Diana, 1983, p. 86.

viernes, 25 de enero de 2008

El primer libro sobre arqueología maya


Henry Bertoud, librero y editor londinense. (1822)

El informe de Del Río, fechado en Palenque el 24 de junio de 1787 y hermosamente ilustrado por el dibujante guatemalteco Ricardo Almendáriz, tiene el singular mérito de haberse convertido en el primer libro sobre arqueología maya. La memoria original de la expedición de Del Río se remitió junto con los otros informes mencionados y algunas cajas con muestras arqueológicas al Real Gabinete de Historia Natural de España. En condiciones normales, ése hubiera sido el fin de la historia: una expedición ordenada y el informe al respecto guardado y olvidado en los archivos.[1]
Pero quiso la fortuna que una copia del informe quedara en el Archivo Colonial de Guatemala, y que un aficionado escocés, cierto Dr. Thomas Mc Quy, la haya conseguido y llevado subrepticiamente hasta la lejana Inglaterra. La copia fue a parar finalmente a manos del librero londinense Henry Bertoud, quien dio a la imprenta el informe de Del Río y los dibujos de Almendáriz, en una traducción al inglés bajo el título de: Description of the Ruins of an Ancient City, in the Kingdom of Guatemala, in Spanish America: translated from the Original Manuscript Report of Captain Antonio del Río.[2] Con su publicación, en 1822­, comienza el interés por la hasta ese momento desconocida ciudad de Palenque, y dan inicio los estudios de arqueología maya que siguen hasta nuestros días.
El pequeño vo­lumen de 128 páginas se vendió a 1 libra y 8 chelines el ejemplar. Berthoud empleó a Jean Frédéric Waldeck —personaje pintoresco mejor conocido como el Conde Waldeck, y a quien habremos de referirnos más adelante—, para grabar las 16 láminas que acompañaban el informe de Del Río. De ese modo, el modesto volumen constituyó la primera descripción directa de Palenque publicada para el mundo especializado, e incidentalmente elevó al Capitán Antonio Del Río a la posición de precursor de los estudios mayas.


[1]Ver Brunhouse, Robert L., op. cit., p. 17-19.
[2]Descripción de una antigua ciudad descubierta cerca de Palenque, en el Reino de Guatemala, en la América española: traducido del informe manuscrito original del Capitán Antonio del Río, en Castañeda Paganini, op. cit., p. 16.

Pioneros de la arqueología maya

Los edificios más importantes de Palenque son el Templo de las Inscripciones (izquierda), que alberga la cripta funeraria de Pakal, y el conjunto del Palacio, estructura única en el ámbito maya. (Foto JCR)

Aquel año de 1784, que registra la muerte del filósofo francés Denis Diderot, fundador de la Enciclopaedia, don José de Estachería, en su calidad de presidente de la Real Audiencia de Guatemala, comisionó a José Antonio Calderón, alcalde mayor de Santo Domingo de Palenque, población más cercana al sitio, para que hiciera un informe sobre las ruinas.

De Estachería era un hombre de espíritu abierto y las noticias de don Ramón Ordóñez acerca de la extraña ciudad, habían despertado vivamente su interés. Pero aunque Calderón era un fiel funcionario público, no tenía ningún talento para el trabajo arqueológico, por lo que su estudio a lo largo de tres días de lluvia dio por resultado un in­forme breve y superficial con apenas cuatro dibujos. De Estachería se sintió intrigado pero insatisfecho. Un año después (1785) escogió a un profesionista, Antonio Bernasconi, arquitecto real de la ciudad de Guatemala, para efectuar una nueva investigación.

Las detalladas órdenes preparadas para Berasconi revelaban la curiosidad inteligente de De Es­tachería o de algunos de sus ayudantes. Con respecto a las ruinas y a la civilización que éstas representaban, se pedía a Berasconi, por ejemplo, “indagar la edad del asentamiento, el número de pobladores, el origen de sus fundadores, la presencia de murallas defensivas y las causas de su decadencia. Las preguntas acerca de las estructuras pedían el estilo, las medidas y la indicación de los materiales de construcción”.[1]

El resultado decepcionó a Estachería. Berasconi se desempeñó apenas mejor que el inexperto Calderón; si bien los escasos dibujos que presentó fueron por su apariencia más detallados, su informe en cambio era de apenas la mitad de la extensión de las preguntas preparadas para él. Don José envió los dos informes a España, donde Juan Bautista Muñoz, historiógrafo real que trabajaba en la historia de las co­lonias españolas de América, los leyó y solicitó información más específica.

Antonio del Río, precursor de los estudios mayas


En aquél punto —corría entonces el año de 1786—, entra el capitán don Antonio del Río en esta historia. Con él comienza la celebridad de las ruinas de Palenque. El rey Carlos III de España había emitido una Real Orden con fecha de 25 de Marzo de 1786 “relativa a las nuevas investigaciones, que se deben ejecutar sobre las ruinas descubiertas en las inmediaciones del pueblo de Palenque, provincia de Ciudad Real de Chiapa en este Reino”.[2] La designación para explorar el sitio y rendir un informe recayó en el capitán don Antonio del Río, quien tenía que sujetarse a cumplir con ciertos lineamientos, de la misma naturaleza a los que se habían solicitado a Calderón y a Berasconi.

Los preparativos para la expedición fueron retrasándose por diversos motivos de manera tal que, sólo un año y dos meses después, el 3 de mayo de 1787, Del Río pudo llegar finalmente a Palenque. Luego de permanecer tres días en el pueblo se trasladó a las ruinas. El Capitán nunca imaginó las dificultades que enfrentaría para cumplir con la real orden. Cuando vio el Palacio y otros edificios cubiertos por la vegetación, regresó al pueblo para conseguir, por conducto del ya mencionado José Antonio Calderón, indios que le ayudasen en su labor. Con 80 hombres y no más de 50 hachas y machetes volvió a las ruinas.

Por espacio de 16 días tuvo a los indios derribando árboles y cortando maleza. Después de hacer una gran hoguera se dedicó a examinar los edificios. Del Río inspeccionó personalmente el Palacio y acometió su trabajo con tanto entusiasmo que más bien resultó dañino para las construcciones. En su informe escribió: “no habiendo ventana, ni puerta tapiada, ni cuarto, sala corredor, patio, torre, adoratorio y subterráneo en que no se hayan hecho excavaciones de dos o más varas de profundidad, según lo exigía la circunstancia de la comisión”.[3] Fue, puede deducirse, una especie de arqueología salvaje. Algunos comentaristas posteriores se estre­mecían al leer sus palabras, suponiendo que había asaltado y devastado el Palacio como a una fortaleza enemiga.

[1] Brunhouse, Robert L., En busca de los mayas, México, fce, 1992, p. 13.
[2] Del Río, Antonio, “Descripción del terreno y población antiguamente descubierta en las inmediaciones del pueblo de Palenque, jurisdicción de la provincia de Ciudad Real de Chapa, una de las del Reino de Guatemala de la América Septentrional”, en Castañeda Paganini, Ricardo, Las ruinas de Palenque; su descubrimiento y primeras exploraciones en el siglo XVIII, Guatemala, C.A., Tip. Nacional, 1946. p. 48-68
[3] ibid., p. 49.

martes, 1 de enero de 2008

Palenque al fin del milenio (Parte III y última)

La calavera, obra maestra en estuco de los artistas palencanos. (Foto de JCR)

En una entrevista anterior, usted me decía que apenas se encontraba explorado un 20% de la zona arqueológica, ¿qué tanto se ha avanzado con el actual proyecto?

Como decía al principio, hicimos el trabajo de conservación de los templos y no podemos explorar nuevas áreas si no conservamos lo que ya tenemos; tal era la política y el objetivo primordial del proyecto. Además, concluimos en toda esta área central el 20 o 25% de toda la extensión total del sitio y en todos los basamentos porque también era necesario hacerlo, y exploramos también nuevos conjuntos. De hecho intervenimos algo así como 22 edificios en casi dos años y medio de trabajo. Obviamente nuestro porcentaje de visita creció: tenemos ahora de un 30 a un 35 por ciento. Hay arqueología para muchos años.
¿Cree usted que algún día pueda ser reconstruida en su totalidad la antigua ciudad de Palenque?

Bueno, como siempre lo he dicho, creo que hay arqueología para 100 años. Palenque era una ciudad grande. Existen sitios mucho mayores como Tikal que tiene 22 km2 y creo que a través del tiempo pueda llegar a realizarse con no sé cuantas generaciones de arqueólogos. Lo veo a muy largo plazo. 

¿Por qué?, porque se parte de la experiencia de los trabajos realizados y se requiere de una inversión cuantiosa. La arqueología es muy cara, ya lo hemos comprobado.

¿Cuál es el trabajo que hacen ahora en Palenque?

Palenque se necesita conservar y es un trabajo permanente, pues tenemos problemas serios con la vegetación dadas las condiciones climáticas. Normalmente la temporada en campo son de máximo 4 meses al año. Eso nos permite hacer la labor de exploración. Tenemos una segunda etapa donde analizamos la información que aparece en las exploraciones, y una tercera, a finales de año, cuando se entregan resultados, informes, artículos, textos, libros, etc. Ésta es la mecánica que se sigue. En el caso del megaproyecto tuvimos que trabajar dos años continuos gracias a los recursos asignados. Hicimos casi 24 meses de trabajo arqueológico. Ahora tenemos por delante una gran labor. Uno pide como un descanso para empezar a analizar esta información, abundante por cierto. Sería un crimen seguir explorando y llenando bodegas sin obtener resultados. Para este año y el que sigue, se ha planeado hacer esa labor de gabinete, esa labor de preparar informes, de redactar artículos y textos; obviamente se continuará con el programa de mantenimiento y quizá alguna excavación mínima, pero ya no en el volumen con que se realizó en años anteriores. Lo importante ahora es entregar resultados.
* * *

Sonó el teléfono. Una llamada telefónica le recordaba que en ese momento debía partir hacia Palenque. Nos despedimos de prisa. Dejaba las oficinas y se trasladaba a la zona arqueológica. Le esperaba un viaje de 5 horas. Yo me quedé por un rato en su cubículo contemplando la foto de la Reina Roja.
Palenque, gracias a la acción y pasión de estos hombres, permanece para las generaciones futuras.

Palenque al fin del milenio (Parte II)

Crujía del Templo de las Inscripciones. Los dos tableros, izquierda y derecha, suman cerca de 620 glifos. (Foto JCR)


Este tipo de personajes tenían un rango muy elevado dentro de la estructura social palencana. ¿Cuáles eran los cargos y las responsabilidades que tenían que cumplir personajes como Pakal o la Reina Roja?

Los estudios sobre la estructura social de los antiguos mayas se apoyan básicamente en las referencias históricas que dejaron los misioneros en Yucatán, principalmente Diego de Landa, en su libro Relación de las cosas de Yucatán. La mayor parte está basada en las descripciones de misioneros, de donde se puede determinar que tenemos un estrato social, el más bajo, que viene siendo la sociedad campesina, los agricultores; hay otro nivel donde están los artesanos, los especialistas; hay toda una burocracia en un siguiente nivel, y por último, se remata con el gobernante, con el gran señor, el Halach Uinic, como le llaman. Esto es más o menos como está compuesta esta pirámide social.

El caso de ella, parece ser que es un personaje importante por lo que ya apuntamos, más no sabemos todavía si formaba parte de la élite gobernante. No se puede afirmar todavía que sea una reina, pues no tenemos el dato porque carecemos de inscripciones; sabemos por el hecho de estar enterrada en la plaza principal, que debió haber ocupado un puesto importante en la jerarquía, ya que los acompañantes aparecen con deformación craneana, con incrustación y mutilación dentaria, lo que nos confirma que sus acompañantes pertenecían seguramente a la nobleza. Por lo general, se habla siempre de acompañantes esclavos, como aparecen los seis personajes que entierran junto con Pakal. En este caso es diferente: la deformación craneal y las incrustaciones dentarias, están indicando otro status social.

Con base en los estudios actuales de epigrafía, ¿qué dicen realmente los jeroglifos mayas? Parece ser que en la actualidad se ha llegado a confirmar ciertas cuestiones de carácter histórico en referencia directa a los personajes o a supuestas acciones de éstos. ¿Qué nos puede decir de esto?

Hay básicamente dos escuelas que han trabajado el nivel epigráfico: la escuela norteamericana y la escuela rusa. Con Tatiana Proskuriakof y Heinrich Berlin, se sientan las bases para que esta primera interpretación se desarrolle. Los textos sí son, en muchos casos, textos históricos. Se ha detectado y confirmado, de acuerdo con los estudios recientes de Linda Schele y Peter Mathews, continuadores de esta escuela epigráfica, que en los glifos se habla de nacimientos, de ascensiones al trono, de muertes y de alianzas matrimoniales, y han afirmado, que, quizá, una de las historias más completas que se tengan en toda el área maya es justamente ésta de Palenque. Ya tienen identificados a toda una serie de personajes en muchos de los tableros de la ciudad y hablan de dinastías, identificando hasta 15 y 16 gobernantes. Esto, claro está, es historia y hay que tener un poco de cuidado pues en ocasiones no tiene mucho sustento. Nosotros, como arqueólogos, tenemos que tomar en cuenta estos datos para intentar, a través de ellos, reconstruir los sucesos históricos. Yo insisto, tenemos ya un ejemplo de que para acercarnos al personaje habrá que trabajar a nivel de los restos materiales, y por lo que estamos viendo ahora, nos están llevando hacia una ocupación tardía de acuerdo a la cerámica, aunque todavía falta por hacer toda una serie de análisis para llegar a confirmar esto que muchos especulan: de si el personaje encontrado era la esposa de Pakal.

Hace unos meses, en la última reunión del Congreso Internacional de Mayistas (mayo de 95), en Quintana Roo, aparece Yuri Knorosov, que viene siendo como la otra escuela de epigrafía, la escuela rusa, y de hecho le da un nombre al personaje que encontramos: la llama “Guacamaya Blanca” y empieza a hablar de un personaje femenino que fue traído de Yaxchilán. Pero si uno lee atentamente sus argumentos, se ve que no tiene bases suficientes para afirmar este tipo de cosas. Esa misma pregunta me la hicieron en el Congreso y les dije lo mismo: no tenemos bases que nos permitan hacer esa afirmación.

Hay que ser muy cuidadosos en las afirmaciones, en el trabajo científico...

Sí, es parte de la cuestión científica y arqueológica. A veces con la nueva información se nos caen muchas cosas que ya se tenían planeadas desde años atrás. Y aquí viene lo interesante de la investigación arqueológica: un nuevo dato, nos va a permitir derribar cosas que ya se sabían confirmadas. Digo esto por que se han producido una serie de contradicciones entre epigrafistas y arqueólogos. Es sabida la contradicción que existe entre Alberto Ruz y los epigrafistas de la escuela norteamericana. Éstos afirman, por ejemplo, que los glifos señalan que Pakal murió a los 80 años; mientras que los estudios de antropología física y osteológicos, que realizó el maestro Arturo Romano, y quien de hecho está haciendo también los del personaje recientemente hallado, indican, luego de un escrupuloso análisis, que tiene una edad promedio de 40 años. Tenemos entonces, esta contradicción aún sin resolver entre el dato netamente arqueológico y el dato epigráfico.

Pese a las pocas evidencias que existen en las lápidas y esculturas de Palenque, ¿fueron los palencanos un pueblo guerrero?

Se ha hablado de Palenque como un centro astronómico y se ha dicho que era una ciudad de artistas; claro, esto se debe a que las representaciones de sus tableros y estucos no muestran ninguna representación, digamos “guerrera”, como las que tenemos en Toniná, en los bellos dinteles y estelas de Yaxchilán, y en las pinturas murales de Bonampak. Esto se pensaba hasta el año pasado. Junto al templo de la Cruz Foliada llevamos a cabo una exploración en el Templo de los Guerreros, anteriormente designado como templo XVII, y localizamos un tablero de características similares a los de los templos del Sol, La Cruz y la Cruz Foliada, que se componen de tres planchas. En este caso, sólo aparecieron dos, y en ellas encontramos la primera representación guerrera: el personaje ricamente ataviado con un atuendo “militar” es Chan Bhalún, el segundo gobernante más importante del sitio, y del que no se tenía ninguna representación anteriormente. Es hasta este momento en que podemos hablar de las representaciones “guerreras”. En el tablero aparece un personaje de pie con una lanza y tiene a sus pies un cautivo. A la fecha no hemos podido descifrar tres de los glifos que nos impiden identificar al personaje capturado. Este descubrimiento habla por sí mismo de aquellas características que en el orden de lo militar, tenían también los palencanos.

Los trabajos se habían concentrado en la parte central y conjuntos adyacentes; había que salirse un poco hacia el exterior como lo empezamos a hacer a partir de '92, explorando otro tipo de conjuntos que nos permitieran en un momento dado recuperar este tipo de información. La mayor parte de los trabajos anteriores se concentraron en la plaza ceremonial, y yo creo que si tendemos a salir hacia el exterior del sitio podremos encontrar más elementos y nuevos conocimientos.


Continuará...

Palenque al fin del milenio (Parte I)

El Templo de las Inscripciones, Palenque, en cuyo núcleo se halla la tumba de Pakal. (Foto de JCR)

Arqueólogo Arnoldo González

Entrevista de Juan Carlos Rangel

“La historia de los mayas se ha estado escribiendo por espacio de más de mil seiscientos años, prácticamente desde la primera parte del siglo IV de la era cristiana, cuando los propios mayas antiguos comenzaron a grabar en monumentos de piedra aquellas de sus más viejas inscripciones conocidas hoy día.”
Sylvanus G. Morley

Lo que sigue es el texto de una entrevista con el arqueólogo Arnoldo González Cruz, jefe del Proyecto Arqueológico Especial de Palenque, que se realizó en agosto de 1995 en el Museo Regional de Chiapas, en Tuxtla Gutiérrez. Tuve con él un primer encuentro al pie del Templo de la Cruz, cuando en plena labor desenterraba unos hermosos incensarios en marzo de 1993. Entre esas dos fechas, el 2 de junio de 1994, ocurrió un descubrimiento de gran importancia para la arqueología mexicana: en el edificio conocido como XIII, contiguo al Templo de las Inscripciones, se encontraron dentro de un sarcófago los restos de una mujer a quien se comienza a llamar la “Reina Roja”. En una de las paredes de su cubículo hay una ampliación fotográfica de gran tamaño del personaje exhumado –“tal cual la encontré”, aclara–, y otros cuadros con reconocimientos y diplomas. Uno de ellos es el Premio Chiapas 1994. Entremos en materia.

¿Qué magia, qué misterio tiene Palenque que desde hace más de doscientos años a cautivado por igual a expedicionarios que a viajeros, arqueólogos y simples turistas?

Palenque ha sido considerado uno de los sitios más importantes del área maya central junto con Tikal y Calakmul. De hecho, se le señala como capital regional de la vasta extensión de la cuenca del Usumacinta. Palenque llama la atención porque es la primera referencia documental que existe a finales del siglo XVIII y, de manera particular, por la conservación de su arquitectura, de su escultura y la decoración que está plasmada en paredes, corredores, pasillos y plazas, hecho no tan común en otros lugares.

¿Qué sensación experimentan ustedes los arqueólogos al realizar hallazgos de la magnitud e importancia como el que usted realizó en 1994?

Todo tiene un origen. Hay intereses tanto institucionales como particulares, como es mi caso. El objetivo primordial de los trabajos arqueológicos en el sitio ha sido la conservación de los templos abiertos al público. Un segundo objetivo era completar aquellas partes que no se habían terminado dentro de esta área pues había muchos edificios que se habían trabajado sólo parcialmente. Un tercer objetivo, después de tener asegurados los templos y concluidos parcialmente los basamentos, era abrir nuevas áreas de exploración.

Lo cierto es que noticias como esta circulan a nivel mundial. El hecho del hallazgo de la tumba, pese a lo que usted me acaba de decir, adquiere una resonancia que lo hace trascender a usted en la arqueología. La Jornada, por ejemplo, le dio la primera plana el 3 de agosto de 1994. ¿Esto es importante para usted como profesional?

Nada de eso. Yo creo que aquí lo importante va a ser en un momento dado lo que uno esté aportando, los resultados que uno entregue. La importancia del hallazgo radica en que se realiza en una estructura contigua al Templo de las Inscripciones, el edificio más importante de Palenque, y porque los restos del personaje encontrado corresponden a una mujer y se hallan depositados en un sarcófago, hecho insólito que viene a mostrar el segundo sarcófago a nivel del área maya.

¿Quién es realmente el individuo exhumado en el Templo XIII?

Lo que sabemos hasta el momento es que se trata de un personaje femenino de entre 35 y 40 años, con una estatura de 1.65 m., depositado en un sarcófago, con más de 1,200 piezas de jade que formaban parte del tocado y está acompañado para su viaje al mundo de los muertos, según la concepción funeraria maya, de dos personajes que fueron encontrados en los costados del sarcófago. Uno de ellos es una mujer también de 40 años aproximadamente y el segundo es un personaje infantil que tiene entre 7 y 10 años, de sexo masculino. La Tumba se encuentra al interior de una primera etapa constructiva. El edificio tiene de hecho tres etapas. Cuando se entierra al personaje está funcionando en su momento la segunda con habitaciones crujía y accesos que comunicaban a la parte alta. Los arquitectos palencanos conservan esta etapa anterior y lo que hacen es modificarla para depositar ahí los restos y tiene el mismo efecto que tienen las inscripciones: esta acción de bajar tres escalones y que nos comunican tanto a la crujía como a la habitación central de la tumba.

Palenque muestra, de acuerdo con investigaciones epigráficas recientes, la participación activa de las mujeres en la vida social y política de Palenque. Me parece que es algo que no ha sido estudiado con la amplitud que el caso amerita.

¿Cuál fue, a su modo de ver, el desempeño de la mujer en la sociedad palencana?

Esto es muy importante. De hecho, se tienen identificados dentro de la sucesión dinástica a más de 15 gobernantes; los epigrafistas hablan incluso de un número mayor. Pero tenemos un dato muy significativo: dos de esos gobernantes de Palenque eran mujeres. Una de ellas viene siendo la madre de Pakal. Esto nos sugiere la existencia de una sociedad más bien patrilineal que matriarcal. Pero, sí, la mujer jugó un papel destacado que venimos a confirmar con el hallazgo. Por una parte, la cantidad de elementos funerarios que porta el personaje nos está hablando de un estrato social bastante alto, aunque yo todavía no podría afirmar que se trate de una mujer gobernante, y por la otra, el hecho, como ya señalé, de estar depositada en un sarcófago. Desgraciadamente carecemos de la glífica que nos hubiera remitido a las fechas y quizá aproximarnos al personaje.

Continuará...

El Lenguaje de la Belleza

  Fotografías de Juan Carlos Rangel Cárdenas