sábado, 28 de marzo de 2009

UNA CHARLA EN BONAMPAK


La magia de Bonampak: Pinturas de más de mil años

La constante movilidad de mi trabajo me impidió estar lo suficientemente cerca que hubiera querido, de las exploraciones de Arnoldo. En los primeros días de mayo de 1994, tuve la oportunidad de que el propio Arnoldo me enviara a Bonampak. La doctora Beatriz de la Fuente, distinguida mayista, ex directora del Instituto de Investigaciones Estéticas y del Centro de Estudios Mayas de la UNAM, estaría acompañando a un grupo de arqueólogos norteamericanos de la Institución Carnegie, para la grabación de un documental sobre los bellísimos murales mayas. Yo aprovecharía este encuentro para charlar con ella sobre el arte palencano, una de sus pasiones como Historiadora del Arte.

El Capitán Figueroa voló desde Palenque sobre la verde alfombra de la selva hasta encontrar el imponente Río Usumacinta. Remontamos su cause, río arriba, hasta las ruinas de Yaxchilán. Aquí doblamos a la derecha y kilómetros adelante, en el valle del río Lacanhá, apareció una pequeña pista aérea y el avioncito tripulado por el capitán aterrizó dando tumbos. Al inicio de la pista está el campamento de la escolta de marinos que venidos desde Tenosique, Tabasco, auxilia a los trabajadores del INAH en la custodia de los edificios y los murales de Bonampak. Por una estrecha vereda abierta en la tupida vegetación, se llega a las ruinas.

Hace poco más de medio siglo que un lacandón guió al fotógrafo y cineasta norteamericano, Giles Grevilly Healy, a las ruinas de una ciudad maya aún oculta en la selva y le permitió la entrada a un templo oscuro donde, para su asombro, pudo ver las pinturas. La noticia de los magníficos murales no tardó en dar la vuelta al mundo; a través de las primicias del Illustrated London News y de la revista Life, se anunció la existencia de lo que en adelante se conocería con el nombre de Bonampak, “muros pintados”, bautizada así por el arqueólogo Sylvanus Morley.

El día de mi llegada a Bonampak –el 2 de mayo de 1994– la doctora De la Fuente y el equipo de arqueólogos y técnicos realizaban las últimas filmaciones. Era la primera vez que por medio de imágenes computarizadas se estudiarían los murales. Habían trabajado durante cinco días con equipos de iluminación especial para no dañar las pinturas. Por ello tuve que esperar otro día más para la entrevista, lo que me dio la oportunidad de disfrutar los murales con tan selecto grupo. Al día siguiente, después de tomar un café en el campamento nos dirigimos hacia el edificio de los murales. Una densa niebla envolvía los edificios y producía un efecto misterioso. Escuchando el rugido de los monos saraguatos, empezamos nuestra conversación:

Doctora De la Fuente, usted deja ver en sus libros una especial predilección por el arte de Palenque. ¿Por qué de Palenque?

Bueno, mire, entre las ciudades arqueológicas del México antiguo, Palenque tiene un lugar de primacía. En ella se conjugan, en un todo estético, la exuberante belleza tropical y la creación humana. Los perfiles de los edificios, en otro tiempo vitalizados con espléndidos relieves, destacan y armonizan con el marco natural que los rodea. Esto es algo que impresiona desde la primera visita. Además, la historia del arte de Palenque, valorada en el contexto en que se produjo, resulta sumamente iluminadora respecto a los temas, las formas plásticas y los ideales estéticos que prevalecían entre los mayas clásicos.

Uno de sus textos aborda ampliamente una de las artes que mayor prestigio ha dado a los artistas palencanos: la escultura. ¿Qué es lo que distingue a la escultura palencana?

La escultura de Palenque, es lógico, se nutre de una raíz común a la escultura maya pero destaca por el modo original de manejar la figura humana. Palenque se distingue por ser el centro de una escuela naturalista en la escultura maya del Período Clásico. Dos fueron las variantes escultóricas preferidas por los artistas palencanos, el relieve que va adosado en alguna forma a los edificios, y la escultura propiamente dicha.

Doctora, ¿qué le parece si nos habla primero de los relieves, que son seguramente la expresión más genuina de la escultura palencana?

Muy bien. Es cierto, en Palenque hay una marcada preferencia por la escultura en relieve. Las estelas, tan representativas en la escultura maya, no existen en Palenque. En relieve tenemos paneles, lápidas y tableros. En los exteriores, el relieve se proyecta hacia afuera desprendiéndose libremente, en mayor o menor grado, del fondo que lo sustenta. En las tallas directas, lápidas o tableros, el relieve es mucho más plano, se logra al quitar material; son verdaderos bajorrelieves. En cualquier caso, por medio del relieve, el artista palencano dominó igualmente el rígido material pétreo que el dúctil medio del estuco.

Yo sé que es muy difícil referirse a la temática abordada por los artistas palencanos, desde la perspectiva de nuestra cultura. Sin embargo, ¿cuál sería el tema tratado por los escultores en los relieves?

En líneas generales, podemos decir que el tema central de los relieves es la representación naturalista de la figura humana, figura basada en un sistema armónico de proporciones. La mayoría mantiene una relación promedio de siete y media cabezas por cuerpo. ¡Imagínese, el mismo módulo usado en el arte griego! No en vano hablamos también de un arte clásico de Palenque, en que el hombre mismo es el centro de toda representación. Un buen ejemplo de esto son los estucos de los pilares del Templo de las Inscripciones (Fig. 19 a y b) y las figuras en los muros de la Cripta Funeraria.

La gran mayoría de las opiniones sobre los relieves palencanos coinciden en señalar que los tableros de los templos de la Cruz, de la Cruz Foliada y del Sol, son las expresiones artísticas más acabadas de la escultura maya. ¿Usted qué piensa acerca de ello?

Hay que explicar primero que los tableros consisten en tres lápidas unidas entre sí. El estilo semejante y la calidad de la factura nos permiten suponer que fueron obras de un solo artista o, al menos, del mismo taller escultórico. En los tres casos tenemos el relieve muy plano, la composición marcada por un eje central y una línea clara y precisa que define el motivo limitándolo.

Hagamos un esfuerzo de interpretación: hay un tema central, la cruz o el mascarón solar, que recibe ofrendas de dos individuos, uno pequeño con vestuario exagerado y el otro, alto y fornido, cubierto sólo con un maxtli.(1) Para entender su significado hay que dividir la composición en tres secciones horizontales ascendentes:

· La inferior es el interior de la tierra representado por mascarones descarnados en el caso de las Cruces (Fig. 21) y una franja de signos Cabán, que quiere decir tierra, en el Sol.
· Un segundo nivel lleva motivos simbólicos de Vida, en las Cruces es la planta del maíz que con sus formas vegetales representa al concepto de vida orgánica. En el tablero del Sol (Fig. 22), es la deidad solar, fuente de vida y energía, la que ocupa el centro mismo de la composición. En los tres tableros, esos curiosos personajes, el gigante y el pequeño, ofrendan elementos de agua al principio de la Vida.
· La sección superior señala, con el pájaro sagrado de los mayas, el quetzal, el ámbito celeste.

Estas estilizadas figuras, llenas de simbolismos, que son representación de ideas muy elaboradas, deben tener algún significado. ¿Qué interpretación hace usted de ello?

La estructura y el significado de los tres tableros son semejantes; es una alabanza, una oración a la esencia de la Vida, además de que con ellos se inicia una sutil transformación en la manera y en los objetos representados. Las figuras personifican ya a personajes nombrados, es decir, históricos; la flora y la fauna, con un toque de fantasía, se incorporan en este nuevo escenario de dimensión un tanto más humana y natural.

Doctora, es inevitable que le pregunte sobre una de las obras maestras del mundo antiguo: la lápida del sarcófago de Pakal. Es una escultura que por sus dimensiones y por el complejo simbolismo que encierra, la hace una obra sin igual. ¿Usted que nos dice?

En esta maravillosa escultura el suave relieve da forma concreta al concepto dinámico de la existencia. Un joven personaje, esencia de la Vida, se encuentra semirrecostado sobre un gran mascarón descarnado que es la tierra o la muerte. Por encima del hombro un motivo cruciforme, el maíz estilizado, otra dimensión de la Vida, sirve de apoyo al quetzal del cielo. Una faja con signos astronómicos enmarca la escena, indicando la relación existencial del hombre con el acaecer cósmico. Es, en suma, una fastuosa alegoría del proceso continuo de la vida y la muerte.

Finalmente, no puedo evitar preguntarle sobre las cabezas-ofrendas encontradas bajo el sarcófago de Pakal. Son, posiblemente, el ideal estético del hombre o de sí mismos, que tenían los artistas palencanos. La factura y el aliento transmitido por el artista, las hacen muy admiradas en la actualidad y modelo de la belleza indígena.

Mire: las fracturas que presentan estas dos cabezas en la base del cuello hacen suponer que fueron arrancadas de sus cuerpos y depositadas como ofrendas, bajo la mole del sarcófago. Si observamos sus caras con detalle podemos ver que representan a dos adolescentes de facciones delicadas, en los que el carácter personal está bien definido, individualizado. En estas dos obras salidas de la mano de un artista palencano, se resume el ideal de belleza que tenían los mayas de sí mismos. Los escultores palencanos crearon toda una extensa galería de retratos de los personajes notables.

Tuvimos que terminar nuestra plática pues uno de sus ayudantes llegó a buscarla. Tenía que prepararse para el viaje de regreso a la ciudad. Después de desayunar y empacar sus pertenencias, la doctora De la Fuente y el equipo de arqueólogos de la Carnegie volarían a Villahermosa, y de ahí a la ciudad de México. Yo regresaba con el capitán Figueroa a Palenque.
La niebla se iba levantado lentamente dejando el ambiente lleno de fragancias y de humedad selvática. Antes de regresar al campamento, eché una ultima mirada a los hermosos murales de más de mil años.

1) Ver glosario.

INFORME RUZ. SEGUNDA PARTE


En la foto superior podemos ver la lápida que era el último obstáculo para entrar a la tumba de Pacal, justo en el núcleo de la pirámide del Templo de las Inscripciones. Abajo está una obra maestra que sigue siendo objeto de estudios e interpretaciones. Mide más de cuatro metros de largo por poco más de dos de ancho y treinta centrimetros de espesor. Por ello se sabe que antes de construirse la pirámide se edificó el sepulcro de Pacal. (Fotos de JCRangel)

Aquél 15 de junio de 1952, tres años después de haber dado inicio los trabajos, Ruz Lhuillier y su equipo se concentraron desde muy temprana hora en el entrañas de la pirámide. Las extenuantes jornadas para vaciar la escalera habían quedado atrás. Faltaba, sin embargo, sortear el último obstáculo hacia el secreto que aún guardaba el Templo de las Inscripciones: una gran losa, sellada más de mil años atrás, que cerraba una entrada.

Ruz observó detenidamente que la losa triangular dejaba en su esquina inferior izquierda un pequeño espacio, también triangular, en vista de que su base quedó más pequeña que la abertura para la cual se hizo. Este pequeño espacio estaba relleno con piedras y cal (Fig. 12). Dio instrucciones al jefe de la cuadrilla para que intentara penetrarlo con una barreta. La barreta se hundió, y un aire frío salió hacia el exterior. Los arqueólogos, que habían contenido la respiración, exhalaron profundamente al ver el resultado. Ruz también había observado que la lápida tenía dos muescas a los lados, que permitieron la entrada y salida de una soga para hacerla girar. Los peones empezaron a tirar auxiliándose de barretas.

La expectación crecía. Ruz Lhuillier cuidaba hasta el último milímetro de cada movimiento. Daba órdenes de tirar con firmeza, pero con cuidado. No quería que la losa fuera a hacerse añicos por la presión ejercida sobre ella. La luz de las lámparas iba introduciéndose hacia el interior conforme se despegaba la losa. Todos, arqueólogos y ayudantes, sudaban copiosamente y trataban de controlar el estado de excitación y nerviosismo en que se hallaban. Serían los primeros en traspasar hacia un espacio sagrado que había sido cerrado siglos antes por otros hombres. Los peones tiraban y la piedra iba girando, hasta que se hizo una abertura por la que pudo introducirse Alberto Ruz Lhuillier:

El instante en que pasé el umbral —escribe— fue naturalmente de una emoción indescriptible. Me encontraba en una espaciosa cripta que parecía tallada en el hielo porque sus muros estaban cubiertos de una brillante capa calcárea y numerosas estalactitas colgaban de la bóveda como cortinas, mientras que gruesas estalagmitas evocaban enormes cirios. Estas formaciones calcáreas se debían a la filtración del agua de las lluvias a través de la pirámide durante más de mil años (Fig. 17). La cripta mide cerca de nueve metros de largo por cuatro de ancho, y su bóveda se alza hasta cerca de siete metros de altura, reforzada por enormes vigas de piedra pulida con vetas amarillas, que parecen de madera. La cámara se construyó en forma tan perfecta que los siglos no afectaron en lo más mínimo su estabilidad, a pesar de que también sostiene el peso de la pirámide y del templo. Las piedras de los muros y de la bóveda fueron talladas y ajustadas con el mayor cuidado, por lo que ninguna se ha movido de su sitio original.(1)

La barrera del tiempo había sido derribada y otro hombre de otra época y de otra civilización, daba a conocer al mundo entero la existencia de una cripta funeraria en América, a la manera de los faraones egipcios. El reposo eterno que los palencanos desearon para su Señor Pakal, había sido interrumpido...

1) Ruz Lhuillier, Alberto, op. cit., p. 86.

EL ÚLTIMO GIGANTE DE LOS ESTUDIOS MAYAS: JOHN ERIC SIDNEY THOMPSON


J. Eric Thompson con indios lacandones en Bonampak

El nombre de este arqueólogo inglés estará por siempre ligado a los estudios científicos mayas. Es uno de los más notables mayistas del siglo XX que hizo avanzar el conocimiento y abrió nuevas vetas de estudio para los arqueólogos y estudiosos que vendrían tras él. Los trabajos de arqueología propiamente científicos sobre los mayas, dan inicio con este distinguido investigador que Su Majestad, la Reina Isabel, nombró Sir, en 1959.

Libros como Grandeza y decadencia de los mayas (FCE, 1984) serán siempre modelo de erudición, de imaginación, de destreza literaria y de disciplina, para reconstruir la actividad creadora de un pueblo cuya filosofía y conocimientos forman parte esencial de la cultura humana. Este libro, ya clásico, resume medio siglo dedicado al trabajo arqueológico. Se dice rápido, pero ha sido una tarea colosal. Un hombre que dedicó su vida para abrir nuestro espíritu contemporáneo a un pueblo de la antigüedad que dejó huella profunda de su devenir.

Sir Eric Thompson, escribe unas hermosas y sentidas palabras al dedicar su libro al pueblo de México, que no resisten la tentación de citarse:

México, con sus magníficos paisajes, sus monumentos arqueológicos y coloniales, sus diversos climas y sus distintos idiomas y gentes, ha sido para mí una esposa que jamás me causó hastío; por el contrario, siempre me ha estimulado el interés con nuevas dulzuras. Ya celebradas nuestras bodas de plata, puedo reflexionar, como cualquier marido dichoso (aunque el océano por ahora nos separa), sobre la suerte que me trajo una amante capaz de darme tanta felicidad y tranquila satisfacción. Y, por supuesto, siento su presencia en cada libro, en cada folleto y en cada fotografía mexicanos en mi biblioteca, aquí, en la lejana Inglaterra; así como en la amistad y en el cariño, tan apreciados, de mis colegas de México. ¡Tengo tantos recuerdos de tantas partes de ese país: Yucatán, Campeche, Chiapas, Oaxaca, Tabasco, Veracruz y, desde luego, la Ciudad de México!

Para agradecer estos y mil otros dones me es imposible expresar aquí, con las palabras adecuadas, mi profundo sentimiento. Y por ello, al dedicar este libro al pueblo mexicano, no alcanzó a hacer sino un leve reconocimiento de tantos beneficios.
(1)

El inicio a la vida profesional de Thompson se remonta al año de 1925. Sylvanus G. Morley, otro de los fundadores de la arqueología científica y en ese momento director de un proyecto arqueológico auspiciado por la Institución Carnegie de Washington, recibió la solicitud de un joven londinense recién graduado en antropología, en la Universidad de Cambridge, para trabajar en Chichén Iztá. La solicitud fue aceptada en 1926, y John Eric, a sus 27 años, se incorporó al equipo que, desde hacía dos años, realizaba una extensa investigación arqueológica, etnográfica y botánica.

La experiencia adquirida durante su trabajo, pero sobre todo, la amistad que trabó con Morley, fueron sucesos que lo marcaron para toda su vida. Un año después deja Chichén y bajo el patrocinio de la Carnegie, recorre Belice y visita sitios como Labaatún, que luego de sus estudios ha llegado a reconocérsele la importancia fundamental que tiene para la historia del pueblo maya. Durante otras temporadas trabajó haciendo excavaciones en sitios como San José, en Belice, en Esquipulas, Guatemala, y en Mayapán, Yucatán, por sólo mencionar algunos.

El trabajo multidisciplinario que Thompson desarrolló fue la fórmula que le permitió adquirir una erudición muy vasta. Hizo una amalgama de estudios que iban de la arqueología a la epigrafía, de la antropología a la botánica, de la etnografía a la lingüística, de la astronomía a las matemáticas. Realmente no hubo campo de conocimiento que este gigante de la arqueología moderna, no abordará en relación con la civilización y la cultura maya.

El 9 de septiembre de 1975 falleció J. Eric Thompson en Cambridge, Inglaterra, a la edad de 76 años. Quede por siempre en la memoria de los mexicanos y de los investigadores mayas que dan continuidad a su tarea.

(1) Thompson, J. Eric S., Grandeza y decadencia de los mayas, p. 9-10.

UNA ENTREVISTA FUGAZ CON GEORGE ANDREWS

El doctor George Andrews, uno de los mayores estudiosos sobre la arquitectura maya

Luego de la sabrosa cena que ofreció Jan de Vos, y de la animada charla que sostuvimos los comensales, el doctor Andrews aceptó amablemente una entrevista con condición de que le hiciera sólo cuatro preguntas sobre el tema que el domina: la arquitectura maya. Había hecho un largo viaje durante el día y estaba visiblemente cansado.

George F. Andrews, arquitecto y profesor emérito de arquitectura de la Universidad de Oregon, encabeza desde hace 35 años un programa de reconstrucción y documentación de todos los sitios de las tierras bajas mayas, que le ha permitido la compilación de un banco de datos sobre arquitectura maya, que actualmente rebasa las cinco mil cuartillas de textos. Con grabadora en marcha le hice la primera pregunta:

Doctor Andrews, para centrarnos en lo que es su profesión, me gustaría preguntarle ¿cómo define a la arquitectura?

La arquitectura, por definirla muy generalmente, se ocupa de dar un espacio formal a la actividad organizada de los hombres. El entorno natural debe organizarse de manera que corresponda a las múltiples necesidades humanas e impone dos condiciones necesarias para considerar un espacio arquitectónico: la primera es la conceptualización de ideas de orden y "lugar" adecuadas para separar las actividades humanas del ámbito natural; la segunda es la formulación de medios técnicos que permitan la expresión práctica de los conceptos de espacio postulados para crear un entorno útil y significativo.

Estas “dos condiciones necesarias” de las que usted habla, ¿se cumplen en el caso de la arquitectura maya?

Es evidente que la arquitectura maya cumple ambas condiciones. Todos los edificios mayas, así como las subestructuras, están compuestos por un número de elementos discernibles cuyo ordenamiento al parecer depende de un conjunto de normas explícitas. El modelo constructivo consta de una base, un paramento inferior, otro superior y, a veces, una crestería. Cada uno de estos componentes se articula cuidadosamente a través de unas molduras salidas —en la base, la parte media y las cornisas—, las cuales dividen la fachada en una serie de franjas horizontales (Fig. 15).

Nada es fortuito en tal composición; los detalles son planeados previamente, así como la proporción de cada elemento —sea pared, vano o moldura— y se han ajustado con cuidado para lograr un conjunto armónico. Tales son los elementos de la arquitectura "clásica", con un orden riguroso, diseñada para deleite tanto de la vista como del intelecto.

Doctor, ¿cuáles son, a su modo de ver, las características que distinguen a la arquitectura maya?

La unidad básica de la planeación maya fue el patio rectilíneo, la plaza o la terraza, que colindaban en uno o más lados con los edificios de piedra. Esta forma básica se elaboró a lo largo de un milenio y culmina con la construcción de grandes ciudades como Copán, Tikal, Palenque, Yaxchilán, Becán, Santa Rosa Xtampak, Uxmal y Chichén Itzá (Fig. 2), donde la construcción y planeación alcanzan su esplendor. En estos grandes asentamientos las estructuras y edificios de mampostería en piedra, de todos tipos, se cuentan por cientos; algunos se han reconstruido, de manera que muestren su grandeza original.

Los mayas construyeron gran cantidad de edificios: desde los muy reducidos, de un cuarto sobre plataformas bajas, hasta las estructuras muy grandes y elaboradas, de niveles múltiples, con veintenas de cuartos sobre amplias plataformas, elevadas pirámides escalonadas y pequeños templos, muchas de ellas con cresterías en las paredes frontales, traseras y centrales. Los cuartos son relativamente pequeños en todas las construcciones mayas, cubiertos de arcos y falsos arcos, que recuerdan la forma de una “V” invertida de los techos de paja, que seguramente son su antecedente más remoto.

Por último Doctor Andrews, y por motivos que usted entiende, quiero preguntarle ¿cuál es su opinión sobre la arquitectura palencana?

Es una pregunta que me llevaría tiempo responderle, pero déjeme decirle, concisamente, que Palenque es el sitio más conocido de la región noroccidental de las tierras mayas y su arquitectura es representativa de este estilo. A diferencia de otros donde resaltan la masa y la monumentalidad, éste pone énfasis en la escala humana y se distingue por su escultura, elegantemente ejecutada en estuco y piedra labrada. En Palenque los edificios son más bien pequeños, como en Yaxchilán, y se encuentran situados sobre pirámides de altura media que se apoyan sobre los contrafuertes de los cerros o aprovechan sus descansos naturales o su cumbre. Los arquitectos palencanos eran muy sabios.

En los interiores de los templos hay grandes cuartos con elevadas bóvedas, y santuarios interiores en los cuartos traseros, donde grandes tableros de piedra labrada dan cuenta de las fechas importantes asociadas a los gobernantes representados en ellos. Es también posible que las observaciones astronómicas rigieran la posición de algunos edificios.

Uno de los rasgos distintivos de Palenque son los vanos, excepcionalmente anchos, que hacen de los interiores espacios claros y ventilados; tableros entre las jambas, decorados con figuras humanas de estuco e inscripciones jeroglíficas; paramentos superiores con pronunciada pendiente, parecidos a techos de mansardas cubiertas por esculturas de estuco donde se representan personas, dioses, animales, serpientes y gran variedad de figuras antropomórficas. Otro rasgo son las cresterías de doble muro, con aperturas rectangulares, también cubiertas de esculturas labradas en hueco. Podría seguir, pero de veras estoy cansado y mañana salgo para Tikal. Allá voy a trabajar ahora.

—Doctor Andrews, le agradezco mucho la oportunidad de escuchar sus palabras siempre llenas de sabiduría.

—Ya tendremos oportunidad de una entrevista más amplia. Dígale a Arnoldo que estaré atento a su trabajo y les deseo a todos ustedes buena suerte.

El doctor Andrews y otros invitados se despidieron. Jan de Vos nos dijo que ya estaban preparadas nuestras habitaciones. Él llevaría al doctor Andrews a su hotel. Don Moisés y yo nos retiramos a descansar, pues muy temprano regresábamos a Palenque.

¡AL FIN EN PALENQUE!



El dibujo superior es una panorámica de Palenque desde el conjunto Norte. El montículo que parece en el centro-derecha, es el Templo de las Inscripciones tal y como lo encontraron los exploradores. Al fondo a la izquierda está El Palacio. En la imagen inferior podemos reconocer el Tablero de los Esclavos que forma parte de uno de los patios del Palacio. Ambas obras son del artista inglés Frederick Catherwood.

Ya en el pueblo, Sthepens y Catherwood se vieron metidos en circunstancias desagradables, pues de entrada no fueron bien recibidos por el alcalde del pueblo. Palenque había dejado de ser la ruta de los comerciantes hacia las tierras altas de Chiapas y de Guatemala, y se hallaba en una situación de franco abandono. Las pocas familias que habitaban el caserío llevaban a cabo una producción de autoconsumo y ocasionalmente intercambiaban víveres con los lacandones y los indios de la montaña. Así que lejos de allegarse de las provisiones necesarias para su estancia en las ruinas, se enfrentaron con una escasez de alimentos y provisiones.

Con muchos esfuerzos Stephens logró reunir algunos productos y animales en el pueblo y otras cosas que los indios que les acompañaban habían conseguido mediante trueque con los lacandones. Quedaba por hacer el trayecto a las ruinas. Poco antes de que saliera el sol dejaron la aldea. Los indios llevaban sobre sus espaldas los efectos personales de Stephens y de Catherwood en sendos baúles; previamente habían amarrado a éstos, con mucho ingenio, un par de guajolotes con las alas extendidas, una gallina envuelta en hojas de plátano con la cabeza y la cola descubiertas; también llevaban huevos atados a una cuerda de corteza como si fueran ajos para que no se quebraran, tiras de carne de cerdo, utensilios de cocina, pequeños sacos de arroz, frijol, maíz, sal y azúcar; además, chocolate, una lata de manteca y frutas como plátanos y naranjas.

Salieron hacia el plano y pudieron ver las estribaciones de la sierra a donde se dirigían. Muy pronto se vieron envueltos por una selva cerrada y oscura que siguió hasta las ruinas. Este encuentro de Stephens con Palenque es verdaderamente memorable. Él fue uno de los primeros occidentales cultos que lo admiró y lo recrea así:

Nuestros indios gritaron: “¡el palacio!”

En dos horas llegamos al Río Micol, y en media hora más al Otulá (Otulum), obscurecido por la sombra de la selva, y rompiéndose hermosamente sobre un lecho de piedras. Al vadearlo, muy pronto notamos montones de piedras, y después una piedra redonda esculpida. Espoleamos sobre un filudo ascenso de fragmentos, tan escarpado que las mulas apenas pudieron subirlo, hasta una terraza cubierta, lo mismo que todo el camino, con árboles, de tal modo que era imposible establecer su forma. Siguiendo sobre esta terraza, nos paramos al pie de una segunda, a tiempo que nuestros indios gritaron "¡el Palacio!", y por entre los claros de los árboles vimos el frente de un gran edificio ricamente ornamentado con figuras estucadas sobre las pilastras, raro y elegante (Fig. 14); los árboles crecían arrimados junto a él, y sus ramas entraban por las puertas; en estilo y efecto únicos, extraordinario y melancólicamente hermoso. Amarramos nuestras mulas a los árboles, subimos por una fila de gradas de piedra separadas y derribadas por la fuerza de la vegetación, y entramos al palacio, paseándonos por algunos momentos a lo largo del corredor y por el patio; y después que terminó la primera ojeada de ansiosa curiosidad, regresamos a la entrada, y, parándonos en la puerta, hicimos una descarga de cuatro tiros cada uno, que era la última carga de nuestras armas de fuego. A no ser por este modo de expresar nuestra satisfacción, habríamos hecho trepidar el techo del antiguo palacio con un ¡viva!

Habíamos llegado al término de nuestro largo y fatigoso viaje, y la primera ojeada nos indemnizó nuestro trabajo. Por primera vez nos hallábamos en un edificio erigido por los habitantes aborígenes, levantado antes que los europeos tuviesen noticia de la existencia de este continente, y nos preparamos para hacer nuestra morada bajo su techo. Seleccionamos el corredor de enfrente para nuestra vivienda... Derribamos las ramas que penetraban al palacio, y algunos de los árboles de la terraza, y desde el piso del palacio mirábamos la copa de una inmensa selva extendiéndose a lo lejos hasta el Golfo de México.(1)

Palenque fue descubierto en un estado de conservación bastante bueno en comparación con otros centros mayas. Y esto fue algo que impresionó y sigue impresionando a los viajeros. Stephens y Catherwood pronto se dieron cuenta, gracias a sus viajes y a su sensibilidad artística, que el máximo orgullo de Palenque eran sus relieves de estuco, que aparecían por doquiera, a la par de las inigualables lápidas que se encuentran dentro de los templos del Sol, de la Cruz y de la Cruz Foliada. Pero también se admiraban con los claros de las ventanas que tenían forma de cruces, con los techos inclinados de los templos que estaban rematados por cresterías; con el acueducto que conducía una corriente a lo largo del asentamiento y, por supuesto, con los jeroglíficos que estaban impresos en grandes tableros, moldeados en estuco o esculpidos en piedra. Stephens y Catherwood quedaron deslumbrados por ese “estilo y efecto únicos, extraordinario y melancólicamente hermoso”.

Stephens relata cómo su amigo se esforzaba por reproducir con fidelidad los intrincados glifos que había dentro de los templos. Cuando hacía sol algunos peones le reflejaban la luz mediante lajas de piedra blanca, y en otras ocasiones, lo auxiliaban con teas encendidas dentro de los templos, pues las intensas lluvias cerraban el cielo por completo y ensombrecían el ambiente.

Los dos expedicionarios llegaron a considerar que el relieve del Templo del Sol era la cúspide del estilo artístico maya. Stephens lo valoró como “el más perfecto y más interesante monumento de Palenque”. Catherwood decía, por su parte, que había quedado tan impresionado por el diseño del tablero, que se había impuesto la tarea de dibujarlo y darlo a conocer al mundo en el futuro libro de su amigo.

Merced a la colaboración de estos dos hombres, Palenque y el área maya empezaron a ser referencia en círculos cultos cada vez más amplios y a provocar la curiosidad en las cortes europeas. Con su libro excepcional demostraron que es posible recuperar para la historia del hombre, las construcciones y las culturas que por azares del destino permanecieron desconocidas y hasta olvidadas. Dejemos que el propio Stephens nos diga una última impresión sobre Palenque:

... aquello... que teníamos ante nuestros ojos era grandioso, singular y suficientemente notable. Aquí estaban los restos de un pueblo culto, refinado y peculiar que había pasado por todas las etapas inherentes a la grandeza y decadencia de naciones, había alcanzado su edad dorada y había sucumbido, totalmente desconocido. Los vínculos que la conectaban con la familia humana estaban rotos y perdidos; éstos eran los únicos memoriales de sus huellas sobre la tierra...
En el romance de la historia del mundo, jamás me impresionó nada más fuertemente que el espectáculo de ésta en un tiempo grande y hermosa ciudad, trastornada, desolada y perdida; descubierta por casualidad, cubierta de árboles por millas en derredor, y sin ni siquiera un nombre para distinguirla.
Aparte de todo lo demás, era un doliente testigo de las mudanzas del mundo.(2)

1) Ibid., p. 69-70.
2) Stephens, John Ll., “Expedición a Palenque”, en Revista Arqueología Mexicana, inah-Ed. Raíces, p. 34.

El Lenguaje de la Belleza

  Fotografías de Juan Carlos Rangel Cárdenas