viernes, 1 de mayo de 2009

INFORME RUZ. CONCLUSIÓN

El descubrimiento de la Cripta Real en el Templo de las Inscripciones causó sensación en el mundo por varios motivos que Ruz deja en claro: “singular ubicación debajo de la pirámide, comunicación con el templo, notables dimensiones, solidez y perfecto acabado de la construcción, extraordinarios relieves de estuco, colosal sepulcro cubierto de relieves simbólicos y cronológicos de magnífica factura y enorme importancia, entierro de un personaje de alto rango con todas sus joyas”.(1)

Ruz agrega que “este hallazgo venía a demostrar que la pirámide americana no era forzosa y exclusivamente un basamento macizo para sostener al templo, como se consideraba hasta entonces, en oposición a la pirámide egipcia. Revelaba también una semejanza de actitud psicológica hacia la muerte, entre el faraón y el “halach-uinic”(2) palencano, y un paralelismo cultural ya que la cons­trucción de tales monumentos implicaba tanto para los egipcios como para los mayas un fantástico derroche de esfuerzos colectivos para beneficio de un ser privilegiado”. (3)

Ruz termina por concluir que tanto para los egipcios como para los mayas la construcción de obras monumentales suponía, a su vez, una estructura económica desarrollada, un cuerpo social diferenciado y jerarquizado, un poder político centralizado en una teocracia que regía en forma absoluta lo temporal y lo espiritual. Significaba también un serio adelanto en la técnica de la construcción, en las artes, particularmente la escultura, y en las ciencias astronómicas y matemáticas.

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[1] Ruz Lhuillier, Alberto, La civilización de los antiguos mayas, p. 92.
[2] Ver glosario.
[3] Ruz Lhuillier, Alberto, op. cit., p. 92.

INFORME RUZ. Cuarta parte: Un Rey Maya llega del pasado

“A pocos centí­metros —evoca Ruz— brotó a mi vista una calavera humana cubierta de piezas de jade”. La tapa del monolito tenía unos orificios que permitieron hacer pasar unas cuerdas para retirar la losa en una maniobra parecida a la que realiza­ron los sacerdotes para colocarla.

En el lecho apareció, rodeado de un vivo color bermellón, un distinguido soberano maya con su impresionante contenido. El esqueleto yacía en forma normal, con brazos y piernas extendidos, cara hacia arriba y los pies ligeramente abiertos (Fig. 31). El estado de los huesos era sumamente frágil debido a la humedad, pero ocupaban su lugar normal. Ruz llegó a determinar, con base en los estudios antropométricos de Romano y Dávalos, que se trataba de un hombre de 40 a 50 años, de alta estatura para el común de los mayas (el esqueleto mide 1.73 m), robusto y bien proporcionado, sin lesiones patológicas aparentes (Fig. 32). El estado de destrucción en que se encontró el cráneo impidió que se pudiera precisar si estuvo o no deformado artificialmente como era costumbre entre los mayas de la nobleza y el sacerdocio; por otra parte, no presentaba las mutilaciones dentarias que también eran usuales entre los señores.

Ruz señala un hecho singular que tiene que ver con una diva del cine mexicano, para afirmar que Pakal pertenecía a la clase noble, a los almenhenob, “los que tienen padres y madres”. Ruz refiere un detalle osteológico que puede esgrimirse para confirmar esta aseveración: “el individuo de alta estatura y robusta complexión tenía manos muy delgadas, delicadas, casi podríamos decir femeninas, puesto que los anillos de jade que se hallaron en las falanges de sus dedos, se ajustaban perfectamente al tamaño de las manos de una mujer de físico tan delicado como es la actriz mexicana Dolores del Río, que en una oportunidad se los probó”.(1)

Sobre el fondo rojo del ataúd, el verde brillante del jade resal­taba. Pakal había sido enterrado con todas sus joyas, un total de 978 cuentas: ¡un verdadero tesoro!; en la boca llevaba una hermosa cuenta como moneda para adquirir alimentos en el otro mundo. Sobre la frente tenía una diadema hecha con pequeños discos de la que probablemente colgaba una plaquita tallada en forma del dios murcié­lago; pequeños tubos servían para dividir la cabellera en mechones separados. En ambos lados de la cabeza yacían orejeras compuestas de varias piezas.

Al momento de ser enterrado Pakal le fue colocada una máscara formada por un mosaico de jade de más de 200 piezas (Fig. 33). Afirma Ruz que es probable que durante el entierro, la máscara se deshiciera por frágil, ya que los fragmentos estaban adheridos a una ligera capa de estuco aplicada sobre la cara. Se encontraron algunos fragmentos pegados a la cara y el resto casi todo formado al lado izquierdo de la cabeza. Con las fotografías y los dibujos que se hicieron durante la exploración, se pudo reconstruir la máscara que debe reproducir más o menos fielmente los rasgos del personaje. Hoy día esta maravillosa pieza está en la Sala Maya del Museo Nacional de Antropología e Historia (Fig. 34). Los huesos largos de Pakal no han sido movidos de su lugar.
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(1) Ibid., p. 218.

Las Dinastías de Palenque

Glifos mayas del Museo de Sitio de Palenque (Foto: JCRangel)


Dos décadas después de estos descubrimientos, en 1973, Linda Schele y Peter Mathews, artistas e historiadores del arte, pudieron anunciar en una conferencia efectuada en Palenque, que habían descifrado la historia dinástica de todos los gobernantes de Palenque, desde el año 431 d. de C. Ese historial ha sido refinado posteriormente por ellos y por Floyd Lounsbury, Merle Green Robertson y David Kelley —todos ellos continuadores de la escuela iniciada por Berlin y Proskouriakoff. Gracias a sus trabajos ahora podemos colocar a figuras tan importantes como Pakal y como Chan Bahlum, en relación con el estupendo arte y arquitectura creado para ellos. Palenque, lo mismo que Yaxchilán, entraba ya en el reino de la historia.

De acuerdo con la “lectura” que hacen Linda Schele y Peter Mathews, los glifos refieren la ascensión de un rey mitológico, Kin Chan, en 697 a. C. También indican que Bahlum-Kuk fue el primer gobernante de Palenque y fue coronado en el 431 d.C. Seis reyes le siguieron y también quien fue la primera reina, Kanal Ikal, quien asumió el poder en el 583. El rey Ac-Kan la sucedió en el 605 y fue seguido por la reina Zac-Kuk, madre de Pakal, en el año 612.

En cuanto a Pakal, Linda señala que los glifos indican que nació el 26 de marzo del año 603 de nuestra era; asumió el trono el 29 de julio de 615 y el 31 de agosto de 683, se registra su fallecimiento. Siguiendo esta cronología resulta que Pakal subió al trono a la edad de 12 años y según la fecha de su fallecimiento, fue un hombre longevo que llegó a los ochenta de edad y gobernó a los palencanos durante largos 68 años.

Sin embargo, estas fechas han sido objetadas por los estudios antropológicos que hicieron in situ los especialistas Arturo Romano y Eusebio Dávalos sobre los restos de Pakal, luego de que Ruz abriera el sarcófago en 1952. Sus conclusiones, en abierta contradicción a las fechas inscritas en los glifos, dieron por resultado que se trataba de “un individuo adulto, de aproximadamente cuarenta a cincuenta años, de sexo masculino, yacente en decúbito dorsal, con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo...” (1)
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(1) Eusebio Dávalos hurtado y Arturo Romano Pacheco, “Estudio preliminar de los restos osteológicos encontrados en la tumba del Templo de las Inscripciones, Palenque”, en Ruz Lhuillier, Alberto, El Templo de las Inscripciones, Palenque, Apéndice, p. 253.

LOS GLIFOS: expresión del pensamiento maya


Fecha del calendario gregoriano en la numeración maya

Tras una larga historia en el intento por descifrar las inscripciones mayas iniciada por el primer obispo de Mérida, Fray Diego de Landa, en su Relación de las cosas de Yucatán, el epigrafista Heinrich Berlin dio a conocer en 1958, pruebas de que había una clase especial de signo, al que llamó “Glifo Emblema”, conectado con determinados lugares arqueológicos. Los Glifos Emblema correspondientes a varios centros del Período Clásico —como Tikal, Piedras Negras, Copán, Quiriguá, Yaxchilán y Palenque— han sido identificados ya con toda seguridad (Fig. 30). Berlin sugirió que esos emblemas eran los nombres de las “ciudades” mismas, o de las dinastías que gobernaban allí, y propuso que en las estelas y otros monumentos de esos lugares quizá estuviese relatada su respectiva historia.

Esta extraordinaria hipótesis de Berlin abrió el camino para que, años después, Tatiana Proskouriakoff hiciera trabajos importantes en las ruinas de Piedras Negras, en la cuenca del Usumacinta, al identificar el glifo parecido a la cabeza de un animal con dolor de muelas, que registra el ascenso al poder de un hombre joven; otro glifo, el de “la rana al revés”, era la fecha de nacimiento para la misma persona. Berlin, por su parte, tenía ya descifrados los glifos para entronización, muerte, captura y matrimonio. Ambos, fundadores de la escuela estadounidense de epigrafía maya, fueron perfeccionando sus investigaciones hasta que pudieron “leer” inscripciones completas.

INFORME RUZ. TERCERA PARTE


Lápida monumental colocada horizontalmente
sobre el "sarcófago" de Pakal que mide 3.80 x 2.20 m y que está esculpida
en sus lados (30 cm de espesor) y en su cara superior.

“Al entrar en la cripta —recuerda Ruz Lhuillier— encontramos en el suelo, debajo de un colosal monumento, varias vasijas de barro depositadas como ofrenda y dos hermosas cabezas de estuco que proceden probablemente de esculturas completas que adornaban algún templo (Fig. 23). El haber sido arrancadas de los cuerpos y dejadas como ofrenda en la cripta significa quizá la simulación de un sacrificio humano por decapitación que parece haber existido entre los mayas en asociación con el culto agrícola del maíz”. (1)

Estas cabezas que Ruz encontró se cuentan entre las mejores obras en estuco que debemos a los artistas palencanos. Están ejecu­tadas con fiel realismo, perfección técnica y delicada sensibilidad. “Es obvio —comenta— que el artista no sólo pensó en reproducir lo más exactamente posible los rasgos de un sacerdote determinado, sino que quiso expresar también la austeridad, la fuerza interior, el espíritu de la casta sacerdotal. Con el trazo seguro y fluido de los contornos se lograron los retratos de esos mancebos, símbolos artísticos de dimensiones universales”. (2)

Lo más sorprendente de la cripta es indudablemente el enorme monumento que ocupa la mayor parte de su espacio. Es una lápida monumental colocada horizontalmente que mide 3.80 m por 2.20 m y que está esculpida en sus lados (30 cm de espesor) y en su cara superior (Fig. 26). La lápida estaba posada sobre un bloque monolítico de siete metros cúbicos, cuyos lados también están esculpidos. Finalmente, el conjunto está sostenido por seis gruesos soportes de piedra, cuatro de los cuales tienen inscripciones. El peso aproximado de este monumento es de unas 20 toneladas (fig. 17 b).

Nuestra primera impresión —dice Ruz— fue que podía tratarse de un altar ceremonial, conservado en ese lugar secreto, lejos de la mirada del público, por alguna razón del culto...
Al expresar esta reserva, tenía en cuenta que para ser un altar era preciso que el monolito que sos­tenía a la lápida fuese macizo y que su función fuese la de un simple basamento; pero existía la posibi­lidad de que estuviese hueco, en cuyo caso el monumento no sería un altar. Levantar la lápida, que pesa como unas cinco toneladas y que por sus magníficos bajorrelieves constituye una de las obras maestras del arte maya, ofrecía ciertas dificultades y peligros. La principal dificultad era la del espacio para el uso de maquinaria y la imposibilidad de llevar tal maquinaria hasta la cripta; el mayor peligro era dañar la lápida. Quise entonces cerciorarme primero, sin alzar la lápida, de si el bloque era o no macizo. Para eso hice taladrar el bloque en sitios no esculpidos, horizontalmente y en dirección al centro de la piedra. El primer sondeo no dio resultado porque el trabajador fue inclinando imperceptiblemente su taladro, y llegó hasta el centro sin encontrar más que la piedra. En otro sondeo, la barreta llegó a un hueco, y un alambre que introdujimos por el agujero, mostraba, al ser retirado, huellas de pintura roja adherida. (3)

Después del instante en que Ruz descubrió la cripta, éste en que comprobó que el supuesto basamento del hipotético altar tenía una cavidad, fue otro instante de enorme emoción y alegría para él y sus colaboradores. Podría tratarse de una gigan­tesca caja de ofrenda, pero el tamaño y la forma del monumento, así como la presencia de pintura roja, anunciaban otra cosa.

El polvo color rojo con el que los antiguos cubrían a sus muertos, derivado que se extrae del cinabrio,(4) está asociado en la cosmogonía maya con el Este. Aparece casi siempre en las tumbas, sobre los muros, en los objetos de la ofrenda funeraria o sobre los restos humanos. Para los mayas el Este es la región en donde cada día vuelve a nacer el sol después de su muerte diaria en el Oeste; el Este es en consecuencia lugar de resurrección, y el rojo que lo simboliza ponía en las tumbas un presagio de inmortalidad.

Ruz resolvió levantar la gran losa labrada. Por medio de gatos de camión colocados debajo de las esquinas de la lápida, sobre troncos de árbol, se inició el levantamiento. La introducción de los troncos en la cripta, su debida colocación y la delicada maniobra de alzar la lápida duraron 24 horas consecutivas: de las seis de la mañana del 27 de noviembre de 1952 hasta la misma hora del día 28 (Fig. 27).

En cuanto la lápida empezó a ascender, Ruz pudo apreciar que había debajo una extraña cavidad. Ésta era de forma oblonga y curvilínea, con salientes circulares laterales en uno de sus extremos, recordando la figura de un pez (Fig. 28). Una losa muy pulida la sellaba, exactamente adaptada a su forma; dicha losa tenía cuatro perforaciones que cerraban tapones de piedra. “Desde que hubo suficiente espacio —cuenta— me deslicé debajo de la lápida, levanté uno de los tapones, proyectando por otro la luz de una linterna eléctrica. A pocos centí­metros brotó a mi vista una calavera humana cubierta de piezas de jade”... (Fig. 29).
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(1) Ruz Lhuillier, Alberto, “Palenque y su tumba real”, La civilización de los antiguos mayas, p. 86-87.
(2) op. cit., p. 87.
(3) Loc. cit.
(4) Ver glosario.

El Lenguaje de la Belleza

  Fotografías de Juan Carlos Rangel Cárdenas