sábado, 17 de abril de 2010

El Divisadero

Lourdes:

Traigo en mi cabeza la imagen de las Barrancas del Cobre, Chihuahua. Jamás, nunca en todos mis viajes, había visto algo semejante. Un conjunto de montañas salvajes que nos remontan a los orígenes de la vida, y que son capaces de empequeñecernos, pero que, sin embargo, no nos rechazan ni hacen sentir ajenos. Y hay algo en este lugar que también me impactó: el silencio. Sí, existe el silencio. Un silencio que podemos decir “natural”. Hacía mucho tiempo que no reparaba en él. No había ruidos, esos que son parte consustancial de las ciudades. Sólo se escuchaba el paso del aire, de un aire tan fino y cortante, que aún lo siento en mis oídos y en la piel.

Como dije en la postal que le enviamos a mi madre: “aquí el hombre no ha modificado casi nada, todo es obra de la naturaleza”, y por ello, digamos: ¡Bendito sea Dios! Y cuando uno se para a la orilla del Divisadero (pues ese es el nombre de la estación en buen mexicano) y ve de frente las montañas majestuosas que se hunden y se alzan, que se alejan y se acercan, es cuando uno recuerda, afortunadamente, que somos seres humanos.

Cuántos extranjeros son atraídos por la belleza de estas tierras que desde lugares remotos (como los australianos que conocimos) vienen a contemplar estas maravillas naturales que decimos, los mexicanos, son nuestras, cuando realmente no es cierto. Hay algo que es incomparable: el azul del cielo. No es cualquier azul, es un azul turquesa que nos recuerda que, como el cielo de México, no hay dos; vaya pretensión, pero es casi cierta.

En Los Mochis tomamos el tren, el internacional “Chepe”, y somnolentes avanzamos en el plano sinaloense durante al menos dos horas en un vaivén que parecía el navegar de un barco en alta mar. Fue hasta que pasó el “garrotero” para avisarnos a los pasajeros que ya estaba listo el desayuno, cuando nos reincorporamos.

Y aquí empezó para nosotros el viaje montaña adentro. Luego de tomar nuestros alimentos nos paramos en las puertas de uno de los vagones y pudimos disfrutar cómo el tren se internaba dentro de un imponente cañón. Puentes, túneles, paisajes de almanaque, montañas escarpadas. Y ahí iba el trenecito subiendo poco a poco la Sierra Madre Occidental, el macizo montañoso más grande de nuestra tierra.

Yo parecía niño, y revivía contigo mi infancia. Recuerda, Lourdes, que mi padre fue ferrocarrilero. Y a mi memoria vinieron aquellas tantas veces que de niño viajé a Guadalajara con mi abuela y mi tío; la vez que con mi madre y mis hermanos Carmen y Luis fuimos a ver a mi papá a Piedras Negras. Y volví a escuchar (a recordar) el sonido monótono del cha-can-cha-cán, cha-can-cha-cán, que produce el tren al pasar sobre los durmientes. Y como niño (ahora adulto) volví a asomarme para ver cómo se veía el tren al dar una vuelta y a disfrutar con cierto miedo la oscuridad de los túneles. No cabe duda que la memoria también nos sirve para volver a ser niños otra vez.

El tren seguía ascendiendo. Pasamos por Témoris, un pequeño poblado en medio de un paisaje extraño y por eso hermoso, con un puente espectacular que da una vuelta casi en círculo. Aquí ya estamos en territorio tarahumara. Y de Témoris llegamos a San Rafael, y de aquí a Divisadero, uno de los lugares más mágicos, esa es la palabra, que uno pueda contemplar. Y lo de mágico no lo digo yo, sino Antonin Artaud, el poeta y dramaturgo surrealista que llegó a estas tierras en los años 30 del siglo pasado y escribió el texto Viaje al país de los tarahumaras. Es cierto, Artaud, ese gran artista y ser humano no volvió a ser el mismo después de conocer a los rarámuris y sus territorios, y nos dio a conocer a los indios de aridoamérica, décadas antes que Castaneda escribiera Las enseñanzas de Don Juan.

Como todo lugar indígena mexicano este lugar está lleno de misterios. Su gente es críptica. Se nos acercan para vendernos sus artesanías para sobrevivir, pero nos ven como a extraños. Hay un recelo en los indios que les viene de la Conquista. El español llegó con la espada por delante y con ella los sometió. Y a nosotros (seamos los mestizos mexicanos, o cualesquiera de los extranjeros que vienen a su territorio) nos ven como seres ajenos y diferentes.

En estas comunidades indígenas sólo se ven mujeres cargando con sus hijos ofreciendo sus artesanías. Es la madre omnipresente de la sociedad mexicana, indígena o no, que se hace cargo de la manutención de la familia, pues los hombres, seguro, están trabajando como jornaleros en los campos de Chihuahua, de Sinaloa, o a lo mejor en el otro lado.

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Estamos en Los Mochis (hoy 30 de abril de 2005) y nos hemos hospedado en el hotel El Fénix, a 1,538 kilómetros de la ciudad de México, donde vivimos. En éste, como en otros pueblos de nuestro país, prácticamente no hay nada, que es un decir. Tiene un cielo azul claro y limpio, que ya quisiéramos tener los chilangos para un día de fiesta. Pero tiene algo muy importante que otros pueblos y ciudades quisieran tener: la amabilidad y el trato sincero de su gente. En la conexión Guadalajara-Mochis conocimos a Inés, una mujer buena onda que se ofreció, sin nosotros proponérselo, llevarnos al centro de Los Mochis y acabó, ella, con su hermana, quien había ido a recogerla al aeropuerto, invitándonos unas tostadas de mariscos en la playa del Maviri, lugar en el que los fines de semana vienen a comer, a bañarse y refrescarse los mochitecos.

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Mañana (1 de Mayo de 2005) emprenderemos el viaje hacia la Sierra Madre Occidental. Lourdes y yo sólo la conocemos por las imágenes que hemos visto en páginas de Internet. Por esas imágenes, por algunas lecturas y por lo que se dice de ella, sabemos que es una de las escenografías naturales de México. Algo así como los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl son para el Valle y la Ciudad de México.

Cuando el mexicano y el fuereño tratan de hacerse una idea de cómo se ve el territorio mexicano, seguramente viene a su memoria, si las conocen, las Barrancas del Cobre, en Chihuahua.

El viaje aéreo México-Mochis se hizo sin ningún contratiempo. Ya en el hotel pudimos ver el partido entre el Cruz Azul y el América, que dio inicio a las seis de la tarde, tiempo del Pacífico. El equipo de Coapa fue el mejor en la cancha. El futbol es tan impredecible que por más que Ciro Gómez y Carlos Albert auguraban un triunfo con demostración de fuerza por parte del equipo cementero, resultó lo contrario. América apaleó al equipo de Rubén Omar Romano, en su propia casa. El América jugó bien, pero el Cruz Azul dejó de hacer lo que había hecho a lo largo del campeonato: jugar futbol.

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Cuando uno visita lugares como la Sierra Tarahumara, se queda uno sin palabras. Son territorios que han existido muchísimos millones de años antes a la invención del lenguaje humano. Mirar obras de la naturaleza como ésta, lo dejan a uno mudo y pequeño. Y esto es lo que nos hace pensar si formamos parte o no de la naturaleza. Admirar la Barranca del Cobre es uno de los hechos más impresionantes que pueda ver cualquier persona.

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Creel es un pueblo de siete mil habitantes. Tiene dos iglesias: una que data de principios del siglo XX y de nombre “Cristo Rey”; la otra, más moderna, fue construida hacia 1970 y está dedicada a Nuestra Señora de Lourdes, santa patrona del nombre de mi madre, de mi mujer y varias de mis sobrinas. Su calle principal, más bien la única, lleva el nombre de Adolfo López Mateos. Esta calle concentra el comercio y los servicios. Aquí se encuentran pequeños establecimientos que ofrecen las artesanías de los tarahumaras. En Creel no hay mercado, pero tiene su estación de ferrocarril. Cuenta con una pequeña plaza céntrica que tiene su Kiosco. El pueblo, es evidente, se sostiene del turismo y del comercio. Hay dos museos: el de la Cultura Tarahumara y el de Paleontología. Tiene hoteles y cabañas, y cuenta con dos sitios de Internet (uno de ellos fuera de servicio). Hay una especie de fonda que tiene un nombre por demás original: “El Hospital para crudos”, en el que, contrario a lo que dice su nombre, sólo venden comida, ni siquiera hay cerveza.

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Luego de ver una postal.
Tiene razón los indios zapatistas al decir que el color de su piel es el color de la tierra. La imagen del indio de esta postal no deja mentir. El color de este tarahumara es color chocolate, café oscuro. En la raíz de su idioma está el náhuatl, la lengua autóctona más extendida y hablada en el México antiguo y actual. Es por lo tanto, el tarahumara, un pueblo de origen nahua, cuya lengua habló y llevó a su más alto nivel el rey Nezahualcóyotl.

Hay un hecho que no puede dejarse de lado. Estos indios, los tarahumaras, viven marginados, aislados y empobrecidos. Ha grado tal que sus condiciones de vida son de auténtica sobrevivencia. Es casi seguro que entre ellos haya una alta mortalidad infantil por las condiciones en las que viven. El clima es frío, a veces helado, no hay mucho que comer y la tierra es pobre y dura de trabajar. Hay grandes bosques, pero la madera no es comestible.

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Mañana partimos de Creel. Pasaremos a Cuauhtémoc, la ciudad más cercana al principal y más importante asentamiento menonita de nuestro país (al que por cierto no fuimos). Dicen que de aquí salen los quesos más sabrosos del norte. A este queso no le llaman Chihuahua ni Manchego, sino Menonita. Los hay de barra y redondos. Hay también cremas y mantequillas, carnes y conservas. Chihuahua, y de manera particular los campos menonitas son líderes de la siembra, la cosecha y la comercialización de la manzana.

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Fernando Salas Cruz es el encargado de la Oficina de Correos en Creel. No es originario de aquí sino de Puebla, muchos kilómetros al sur. Pero por las cosas de la vida, por los imponderables, se quedó a vivir en Creel pues, dice, le metieron “zancadilla”, se refiere a su esposa, con quien se casó hace más de veinte años.
Fernando es una persona a la que sólo basta saludar para que se suelte a platicar con toda animosidad. Ya entrado en “calor” pasa de un tema a otro y al mismo tiempo atiende con todo esmero sus labores. La prueba es que mandamos una postal a París, otras a Guadalajara y a México, y todas llegaron sin contratiempo. Es coleccionista de timbres, monedas y billetes; hoy, por ejemplo, siendo un día festivo, pues es 5 de mayo, no debería abrir. Sin embargo, luego de vernos nos invitó a pasar a la oficina y muy amablemente nos obsequió estampillas que podemos considerar de colección: la que conmemora el XXV aniversario luctuoso de José Alfredo Jiménez, el timbre que honra a don Gabriel Vargas, creador de la Familia Burrón, con la Borola vestida con estola y emperifollada, nos vendió planillas con los timbres que contribuyen a la campaña contra la tuberculosis: la del Museo de las Aves de Saltillo, Coahuila, otra de la charrería y una más de la alfarería de Talavera. No cabe duda de que en los pueblos de México puede uno encontrar a personajes que, como don Fernando, realmente enriquecen las experiencias de nuestra vida.

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Salimos de Creel (11:30) y llegamos a Shihuahua, como dicen por aquí, a las 15:30 horas. Luego de hospedarnos en el Apolo Dorado (vaya nombrecito) fuimos a comer a La Calesa. Éste es uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad. De entrada pedimos una ensalada César, y como plato fuerte Lourdes pidió unos tacos al carbón y yo una milanesa de filete con papas a la francesa.

De unos años a la fecha, Chihuahua, la capital del estado, ha cambiado. Cuando llegamos yo buscaba el hotel en el que me había hospedado hacía unos ocho o diez años. Dicho hotel ya no existía. Un taxista nos dijo que el exgobernador priísta Patricio Martínez, había hecho durante su sexenio lo que había querido, como buen cacique regional. Tuvo la pretensión de hacer una “macroplaza” tipo Monterrey, que finalmente no logró a consumar. Sin embargo, gastó una fortuna a expensas de los contribuyentes y dejó estatuas por todos lados en las que, por supuesto, aparece su nombre para dejar constancia de su ¿gobierno? Se acuerdan del atentado que sufrió durante su periodo, bueno, pues hay una placa en la que deja constancia del hecho en el lugar mismo de la acción. Es el colmo.

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Bien sabes que te ama
Juan Carlos
Mayo de 2005
Chihuahua y Ciudad de México

1 comentario:

Matías dijo...

Que gran lugar! me encantaría poder visitarlo en mi viaje a México, me apasiona estos lugares turísticos y deseo ir con toda mi familia.

Gracias por la información. Saludos!
Matías - Hoteles Huatulco

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  Fotografías de Juan Carlos Rangel Cárdenas