sábado, 29 de diciembre de 2007

María Sabina, Huautla y los Mazatecos (Parte V)

Vista de Huautla desde el Hotel Cinco de Mayo, hacia el cerro El Fortín. (Foto de JCRC)

Huautla como un cometa

Para observar una panorámica de Huautla hay que subir por la calle Cinco de Mayo, pasar el barrio mixteco, hasta encontrar el camino que sube al Nindo Tokosho, "El Cerro de la Adoración", montaña sagrada de los mazatecos. En su cumbre, donde los antiguos mazatecos rendían culto a Tláloc y a su señor Chicon Tokosho, los mazatecos de hoy hacen ofrendas de flores y prenden veladoras bajo la rústica cruz plantada a los cuatro vientos, y PEMEX deja marcas de exploración. Desde aquí la vista es incomparable: masas verdes, y luego azules, el oleaje de la cadena montañosa.


Frente a nosotros, literalmente a nuestros pies, Huautla se extiende como un cometa. En su núcleo, la mayor concentración urbana con su plaza, el reloj, la iglesia, el palacio municipal, el mercado, la escuela y el edificio que alberga la biblioteca. Saltan a la vista construcciones modernas de más de tres pisos entre las características casas rectangulares con techo de lámina de dos aguas, con puertas y ventanas de madera, como las que pintan los niños. En una de las puntas del cometa, la antena parabólica del Sistema Morelos, signo de nuestro tiempo, que, como paradoja de la vida, fue instalada en el traspatio de la casa de María Sabina. Dicen los mazatecos que le han caído dos rayos y que casi nunca ha funcionado.

Don Juan y Doña Mari

Las familias principales de Huautla tienen sus casas y negocios a lo largo de la Cinco de Mayo. Algunas de estas familias son de pura cepa indígena y han heredado las actividades de sus padres y abuelos: el comercio y el café. En esta calle vive don Juan Peralta, propietario de una ferretería y uno de los mejores fotógrafos de María Sabina, de los hongos y de los mazatecos. Las fotopostales que se han enviado a casi todo el mundo han sido tomadas, reveladas y mandadas a hacer por él. Doña Mari, su esposa, se encarga de venderlas.


Originaria de San Bartolomé Ayautla, pueblo casi intocado por la modernidad, doña Mari conserva como un auténtico tesoro algunas prendas de vestir que su madre le mandó confeccionar entre las indígenas del pueblo. La hechura del faldón, por ejemplo, incluía todo tipo de labores: perseguir borregos, trasquilarlos, hilar, extraer raíces, conseguir tierras y flores, obtener colorantes, teñir, tejer, bordar, etc. Los huipiles son verdaderas obras del arte popular. Motivos de pájaros y de flores bordados en punto de cruz, componen los cuadros enmarcados en listones color rosa mexicano y azul celeste.


Hasta doña Mari han llegado coleccionistas particulares y personal enviado por museos europeos sobre el vestido con el propósito de comprarle las prendas, pero siempre se han encontrado con un rotundo no de parte de la familia Peralta. “Sólo los saco los días de fiesta”, dice doña Mari.

Una biblioteca serrana

Los mazatecos sienten un respeto absolutamente mítico hacia los libros, dijera Eraclio Zepeda. En el centro de Huautla, a un lado de su plaza, se encuentra el edificio que alberga la de veras increíble biblioteca pública. Una joven mazateca la atiende con esmero. A la entrada se encuentran los ficheros por autor, tema y título. En seguida, pegados a las paredes, están los anaqueles con los libros bien ordenados y limpios. Puede consultarse la mayoría de las publicaciones que ha editado la Secretaría de Educación y ahora el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA). Cuenta, también, con una colección especial de publicaciones bibliográficas y hemerográficas que han ido formando los propios mazatecos sobre todo lo que tenga que ver con ellos mismos.


Las ventanas de la biblioteca que miran hacia el poniente tienen como escenografía el majestuoso Nindo Tokosho. Al alcance de la mano están libros de poesía, de literatura, de antropología, de autores mexicanos y extranjeros. Puede uno sentarse cómodamente y, en los intervalos de la lectura y la reflexión, volver la vista hacia la montaña misteriosa.

El mercado de Huautla

Hablar del mercado es punto y aparte. El de Huautla no escapa al encanto de los mercados mexicanos. Sin escucharse los gritos tradicionales de los mercados de valles y costas, aquí, en este mercado serrano, sólo se escucha el murmullo de la lengua tonal mazateca. Venidos de todos los puntos de la sierra cargando las más diversas mercaderías, los indígenas cumplen la vieja tradición de sus antepasados: reunirse, congregarse. No sólo la actividad económica es importante, también es importante conocer las últimas informaciones de lo que acontece en la sierra, tomar la copa, cerrar tratos, saludar al pariente, unir lazos. Hay quienes caminan más de seis horas para llegar hasta el mercado. El domingo, como para otros pueblos, es un día sagrado para los mazatecos.


El mercado guarda un orden. Bajo la nave del mercado nuevo se instalan los indígenas. Acuclillados, formando pasillos, tienden sus puestos. Colorido por aquí y por allá: piloncillo de melaza, sal rosada de mina, trozos de blanquísima cal, chile rojo, seco, para el mole y la siembra, montones de manzanos verdiamarillos, queso de puerco en canasto, frijolito tierno para los tamales, café en grano, semilla de achiote, hojas de plátano y yerba santa, raíces y hierbas medicinales, maíz para las tortillas y la variedad de frutas de temporada con sus colores, olores y sabores.


La carne roja que consumen los mazatecos es generalmente de chivo. Allí están las mesas en las que se ofrecen las piezas de los animales sacrificados: piernas, lomo, costillas, vísceras. Hay mojarras frescas traídas desde la presa Miguel Alemán. También pueden encontrarse gallinas y guajolotes para crianza y hasta algún burro, mula o caballo en venta. Están los leñadores con tablas y vigas para la construcción de viviendas.


Aunque ya pocos, subsisten algunos puestos donde pueden conseguirse los accesorios y la ropa ya no tan tradicional: manta estampada con franjas azules para el faldón, hilos sintéticos y mantillas para bordar, listones rosa y azul para el huipil, fajas. Para los hombres hay huaraches, sombreros y manta para sus calzones y camisas.


En un mercado como este no podían faltar las vendedoras de todo aquello que tiene que ver con las “limpias” y las ceremonias del hongo: pedrugones de copal, velas de cera pura, huevos de guajolota, granos de cacao, rosarios con sus cuentas de palmita, imágenes de santos, y algo que llama la atención: plumas de guacamaya, multicolores, tornasoladas.
Continuará...

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