domingo, 30 de diciembre de 2007

María Sabina, Huautla y los Mazatecos (Parte VI)

El Psilocybe mexicana Heim, llamado por los mazatecos "pajarito" o "angelito". (Foto Cactu)

El 'Nti xi Tjo [21]

Con las torrenciales lluvias de junio y julio, la naturaleza de esta región vuelve a tomar un respiro y a saciar sus entrañas de agua. La vida renace. El verde en sus miles de tonalidades. El agua corre y escurre por todos lados. Semanas lloviendo. Cuando la tormenta arrecia y sopla potente el viento, los árboles y la maleza pegados a las montañas se mecen de un lado al otro, con una fuerza tal que parece que fueran a ser arrancados. Ante la omnipotencia de la Madre Naturaleza, la pequeñez y el desamparo del hombre.

Dentro de la tierra, en una franja de escasos centímetros, se opera una milagrosa combinación entre diversos elementos y sustancias para hacer brotar al Psylocybe caerulescens Murril var. Mazatecorum Heim, o simplemente, desbarrancadero o derrumbe. Es un hongo muy hermoso de color leonado que nace entre el bagazo de la caña. El Psilocybe mexicana Heim, llamado por los mazatecos como pajaritos o angelitos, pequeños hongos color café oscuro que crecen entre los pastizales y son muy preciados por los curanderos. El Conocybe siligineoides Heim, hongo ya casi extinto de los alrededores de Huautla por la deforestación, y el Stropharia cubensis Earle, que crece en la caca de vaca y los mazatecos llaman honguillo de San Isidro Labrador.


Desde tiempos inmemorables los pueblos de Mesoamérica hicieron uso de vegetales como el hongo y el peyote para experimentar con otras formas de la percepción, otros estados de la conciencia, como vehículo para establecer una comunicación y un vínculo más directo con sus dioses, para plantearse las preguntas de siempre. Desde hace miles de años, pueblos de la lejana Siberia han hecho uso del hongo con fines místico-religiosos, al igual que los pueblos que habitaron Mesoamérica. Esa práctica, hoy casi extinta, se continuó casi sin interrupción entre los mazatecos y algunos grupos mixtecos, zapotecos, chatines, mixes y nahuas.

En las noches de lluvia, Huautla se ilumina con los relámpagos. Los ladridos de perros en la lejanía acentúan ese rasgo que Rulfo captó con gran intensidad en su obra. La ceremonia del hongo tiene que prepararse con toda propiedad. Es una ceremonia nocturna. El chamán será el interlocutor entre el sujeto de la ceremonia y el 'nti xi tjo. Hay muchas explicaciones y vivencias, pero ninguna como la propia.

El viaje de Tibón

Con la aguda curiosidad que posee, Gutierre Tibón llegó a la sierra mazateca en 1956, atraído por la existencia de un cierto lenguaje silbado entre los mazatecos, y al cabo de los años y de visitas ocasionales, fue recopilando una amplia información que reunió en un ameno libro. Por desgracia, los editores le asestaron el título de: La ciudad de los hongos alucinantes.
[22]

En el capítulo “María Sabina, micología y mitología”, Tibón recuerda, breve, pero intensamente, su experiencia en la única velada que tuvo:

Tuve la suerte de ser el primero que escribió sobre esta mujer humilde y maravillosa. En 1956, hace diecinueve años (1975), su nombre figuró en letras de molde en la página editorial de un diario de México. Después de una velada en la oscuridad –durante la cual María Sabina, atraída telepáticamente por mi angustia, me dio consuelo y me reintegró al calor de la vida– tengo con ella un lazo afectivo que no vacilo en llamar filial. No pude nunca hablar con ella porque desconoce el castellano; pero la mañana después de la velada subí hasta su choza –una hora de subida empinada desde Huautla– para besar su mano y mojarla con incontenibles lágrimas.
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Tibón no deja de citar libros y libros: desde los que escribieron los cronistas e historiadores españoles (Motolinía, Sahagún, Jacinto de la Serna, Francisco Hernández, médico de Felipe II, Hernando Ruiz de Alarcón, hermano de Juan, el dramaturgo), hasta aquellos que tienen que ver, de una manera o de otra, con María Sabina y los hongos. Entre éstos señala las obras ya clásicas de Wasson y colaboradores, el libro de Benítez, la Isla de Aldous Huxley, el Viaje al Nirvana de Arthur Kloester, Conocimientos por los abismos de Henry Michaux y muchos de carácter clínico y científico. Hace referencia de la “tragisinfonía” María Sabina, estrenada en el Carnagie Hall de Nueva York, cuya letra escribió el ahora Nobel español, Camilo José Cela.

Barberán y Collar, héroes nunca aparecidos

Frente a la carretera que va de Puente de Fierro a Santa María Chilchotla se halla el macizo conocido como Cerro de la Guacamaya. Poco dice su nombre, pero es el escenario de un hecho ya casi olvidado y realmente nunca esclarecido.

Los días 10 y 11 de junio de 1933 registran una gran proeza en la historia de la aviación hispanoamericana y mundial. Los aviadores Mariano Barberán y Joaquín Collar, ambos españoles,[24] cruzaron el Océano Atlántico a bordo del “Cuatro Vientos”. Saliendo del aeródromo de Tablada, en Sevilla, el destino del vuelo era la ciudad de La Habana, pero por escasez de combustible tuvieron que aterrizar en la ciudad cubana de Camagüey, el día 11 a las 15:37 horas, tras 40 horas de vuelo, tiempo con el que imponían un nuevo récord de distancia en vuelo sobre mar: 8,095 km. La etapa final de su aventura comprendía las ciudades de La Habana y México.


El 20 de ese mes, en medio de la algarabía de los habaneros, el “Cuatro Vientos” despegó y se perdió en el cielo azul del Caribe; voló sobre la parte occidental de la península de Yucatán, cruzó el Golfo de México a la altura de Campeche y entró a territorio en algún punto del sudeste de Veracruz. La hazaña estaba prácticamente consumada. En el aeropuerto de la Ciudad de México se habían hecho los preparativos para recibir a estos intrépidos aviadores en calidad de héroes. Pasaba el tiempo y el “Cuatro Vientos” no aparecía. Finalmente la gente se retiró pues el sesquiplano Breguet XIX, de fabricación francesa y con motor “Hispano-Suizo”, nunca llegó.

Al día siguiente, el presidente Lázaro Cárdenas ordenó una intensa búsqueda del aparato, con “los más grandes contingentes que hasta esa fecha se habían utilizado en una operación similar, 32 aviones y 12 000 soldados, los que inútilmente buscaron durante días los restos o vestigios del avión perdido”.[25] Algunos supusieron que yacía en las aguas del Golfo; otros, señalaban la posibilidad de que estuviera en algún lugar de las selvas mexicanas. Los españoles residentes en nuestro país organizaron una numerosa manifestación el día 20 de julio de ese año, con el fin de agradecer “al gobierno y al pueblo mexicano, el interés mostrado en la búsqueda de los infortunados aviadores”.[26]


Durante muchos años fue un misterio. Lo cierto es que el “Cuatro Vientos” se accidentó en la sierra Mazateca. Geográficamente, la Mazateca es el "primer escalón" montañoso con que se encuentran los vientos que llegan del Golfo. El pequeño avión se internó peligrosamente en la nubosidad y fue a estrellarse en las paredes del Cerro de la Guacamaya.

Ese día, los mazatecos escucharon una explosión. La versión más difundida y aceptada entre ellos es que el “Cuatro Vientos” traía desperfectos mecánicos que le hicieron perder altura para finalmente desplomarse y estallar en las inmediaciones del cerro. Cuentan que unos tales hermanos Martínez, avecindados cerca del lugar del accidente, fueron en busca del misterioso tronido y que para quedarse con las pertenencias de los aviadores y borrar todo vestigio, los echaron a un sótano y desaparecieron el avión. Esto se supo por otra historia.

Los Huehuentones

Los días más importantes para los mazatecos son los días dedicados a los muertos. Esta es una de las pocas ocasiones en que los mazatecos comen bien. De sus chozas sale el característico olor a chiles asados, indicio de la elaboración del mole inmemorial. Persona que llegue a cualquier choza, por pobre que ésta sea, será invitada a comer. Durante estos días los indios se sumen en sus tradiciones más antiguas. En las festividades de muertos los mazatecos se organizan en grupos para recorrer la sierra cantando y bailando en chozas y cementerios. A estos grupos, cuyo número varía de 7 a 15 miembros, se les conoce como huehuentones. Todos llevan disfraz. Algunos portan máscaras que fueron seguramente hechas por sus padres y abuelos, pero muchos otros se cubren ahora con máscaras de Fidel Castro, del Che Guevara, del Hombre Lobo, de Hermelinda Linda, de Tsekub Baloyán, y otros personajes fantásticos. Se hacen acompañar por tambores rústicos, guitarras y violines, a veces sin una o dos cuerdas.

Al llegar a las chozas, sin importar la hora, son bien recibidos y se les invita una copita de aguardiente. En el lugar donde está puesta la ofrenda con flores de cempasúchil, velas de cera, imágenes de santos, fotografías del finado, frutas y platos con comida, hacen una rueda, bailan y entonan canciones monótonas cuyo significado ya desconocen. Son letanías. Nadie se pregunta el significado, sólo se entonan.


La relación entre el “Cuatro Vientos” y los huehuentones se debe a que años después se llegaron a localizar algunas prendas de los aviadores en uno de estos grupos, sin que sus poseedores supieran a ciencia cierta de dónde provenían y cómo habían llegado a sus manos.
Continuará...


[21] Dice Alvaro Estrada que este vocablo mazateco "es evidentemente, a su vez, un eufemismo en lugar de una palabra aún anterior, perdida hoy. Significa simplemente "los queriditos que llegan saltando", Vida de María Sabina..., p. 20.
[22] Gutierre Tibón, La ciudad de los hongos alucinantes, México, Panorama Editorial, 1983, 173 p.[23] Gutierre Tibón, Op. cit., p. 159
[24] Los diccionarios consultados en que aparece referencia de este hecho son: el Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México, 5a edición, 1986, p. 305; el Enciclopédico U.T.E.H.A., t. II, México, 1951, p. 104; la Gran Enciclopedia del Mundo, t. III, Bilbao, s/f., p. 217, y la Nueva Enciclopedia Larousse, t. 2, Barcelona, 1980, p. 1016. Los dos primeros dan el nombre de Mariano al capitán Barberán, mientras que los últimos lo llaman Joaquín. Del teniente Collar, omiten su nombre.[25] Diccionario Porrúa, p. 648.
[26] Ibid.

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El Lenguaje de la Belleza

  Fotografías de Juan Carlos Rangel Cárdenas