viernes, 21 de diciembre de 2007

María Sabina, Huautla y los Mazatecos (Parte I)

Montañas de la Sierra Mazateca, al norte del estado de Oaxaca (foto: JCR)

Hay textos que pierden actualidad una vez que son publicados. Creo, que algunos de mis trabajos tienen vigencia sobre todo referencial. Los procesos culturales son lentos, caminan despacio. Hoy abro este blog para colocar en la red algunos de mis trabajos que quedaron circunscritos al público reducido de las revistas universitarias. Inicio con la reedición del artículo "María Sabina, Huautla y los mazatecos", que publiqué en la Revista El Acordeón, hace más de diez años. Vamos a caminar.

A la memoria de mi maestro Fernando Benítez

Mujer Aerolito soy / Mujer estrella soy / Mujer águila soy / Mujer sabia en medicina soy / Mujer sabia en hierbas soy / Soy María Sabina.

María Sabina (17-III-1896/22-XI-1985) 



Foto de Don Juan Peralta (foto JCR)

La profunda conmoción que siguió al terremoto de 1985, hizo pasar casi inadvertida la noticia de la muerte de María Sabina, posiblemente la última chamana mazateca, ocurrida dos meses después de ese trágico acontecimiento. Sus restos reposan en una sencilla tumba del cementerio de Huautla de Jiménez, pueblo de 12 mil habitantes enclavado en el corazón de la sierra norte de Oaxaca. En la punta del cerro Fortín, desde la que se domina el pueblo, permanece la choza a la que llegaron no pocos sabios, artistas, antropólogos, botánicos, lingüistas, etnólogos, periodistas y miles de jóvenes atraídos por el misterio y la magia que rodearon a esta mujer indígena. Heredera de una sabiduría ancestral, María Sabina ganó para sí la admiración y el respeto de personajes como Robert Gordon Wasson, vicepresidente del Banco Morgan y fundador de la etnomicología; de Roger Heim, el más importante micólogo de nuestro tiempo; del sabio Gutierre Tibón y del periodista Fernando Benítez. Este texto, mínimo homenaje a la Mujer aerolito, reúne historias sueltas, recuerdos e impresiones que apuntan a lo mismo: María Sabina, Huautla y los Mazatecos.

La Nación Mazateca

La accidentada serranía que nace en el Pico de Orizaba y termina en el Istmo, recorre tres estados: Veracruz, la porción de Orizaba y Zongolica; Puebla, la sierra Colorada y Oaxaca, la región mazateca. La Sierra Mazateca tiene una longitud de 300 kilómetros y 75 de anchura media. Limita, al norte, con el río Piola, luego llamado Tonto; al sur, con el río Quiotepec, después río Grande; al este, con el nacimiento de los ríos: Teopoxco, Chiquito y Petlapa, y al oeste con la orilla occidental de la Presa Miguel Alemán o Lago Soyaltepec. Sus alturas fluctúan entre los 250 y los 3,000 metros sobre el nivel del mar, y tiene bosques mixtos de encinos y algunas coníferas.
Subir a la Mazateca es subir a una de las regiones productoras de uno de los mejores cafés del mundo. A fines del siglo pasado, don Matías Romero, ministro de Hacienda de Díaz, recorrió la sierra en gira de propaganda para que se introdujera el cultivo del café. Desde entonces ha sido el producto principal de los mazatecos. Por todos lados aparecen las matas del café encendidas con racimos de cerezas, bajo la sombra de árboles nodrizas, de naranjos, de palos de mamey. Es el bosque tropical y la selva alta. La sierra sigue teniendo una belleza primitiva: cascadas, arroyos, ríos, cañadas impenetrables, barrancas profundas, cavernas a las que no se les conoce el fin.

Los sabios comienzan desde pequeños

Durante una larga existencia de casi noventa años, María Sabina llevó una vida dura, difícil. “He sufrido por pobre —decía—. Mis manos encallecieron por el trabajo rudo. Mis pies también son callosos. Nunca he usado zapatos pero conozco los caminos. Los caminos lodosos, polvosos y pedregosos han curtido las plantas de mis pies”. Como todas las niñas indígenas, desde muy temprana edad ayudaba en las tareas domésticas: barría, iba por leña, traía el agua, ponía el nixtamal, echaba tortilla, cuidaba a la hermana, bordaba, hacía pan y velas para vender.
Desde pequeña María supo de los hongos. Recuerda que cuando tenía “cinco, seis o siete años” su tío Emilio Cristino había caído enfermo y su abuela, preocupada, había ido en busca de un sabio para que lo sanara. Al caer la noche, el curandero llegó a la choza. María Sabina, sentadita en su petate, observaba cómo el curandero sacaba de una de hoja de plátano unos hongos del “tamaño de una mano”.

Vi cómo repartía los hongos contándolos por pares y los fue entregando a cada uno de los presentes incluyendo al enfermo. Más tarde, en completa oscuridad, hablaba, hablaba y hablaba. Su lenguaje era muy bonito. A mí me gustó. Por momentos el sabio cantaba, cantaba y cantaba. No comprendía exactamente sus palabras pero a mí me agradaba... Por la madrugada, el tío enfermo, ya no parecía tan enfermo, se fue incorporando lentamente...
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Al cumplir los catorce años fue pedida por Serapio Martínez. Los indios, claro está, no se casaban por la iglesia ni por el civil sino ante el consejo de ancianos. No hubo casamiento. Su madre, luego de ordenarle que recogiera sus cosas, le dijo: “ahora perteneces a este joven que será tu marido. Ve con él. Atiéndelo bien. Ya eres una mujercita...”
Ese año, Francisco I. Madero lanzaba el Plan de San Luis en contra del tirano. Al tiempo, el general Adolfo Pineda, jefe del movimiento carrancista en la región, pasó por distintos pueblos de la sierra enrolando jóvenes. Serapio fue uno de ellos. Durante sus esporádicas visitas a Huautla, él y María Sabina procrearon tres hijos: Catarino, Viviana y Apolonia.
Al cabo de seis años de andar en la bola y recién instalado en Huautla, Serapio murió de una extraña enfermedad. María Sabina se conservó viuda durante doce, hasta que fue nuevamente pedida por Marcial Carrera, con quien tuvo seis hijos, de los que sólo le sobrevivió su hija Aurora. Trece años vivió con Marcial, pues éste fue muerto por los hijos de una señora con quien tenía relaciones. A partir de entonces María Sabina se consagraría por completo al conocimiento de los hongos, al libro del Lenguaje y de la Sabiduría:

Uno de los Seres Principales, me habló y me dijo: María Sabina, este es el Libro de la Sabiduría. Es el Libro del Lenguaje. Todo lo que en él hay escrito es para ti. El Libro es tuyo, tómalo para que trabajes...” Yo exclamé emocionada: “Eso es para mí. Lo recibo...
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[1] Alvaro Estrada, Vida de María Sabina, la sabia de los hongos, 6a. edición, México, Siglo XXI, p. 43.
[2] Ibid. p. 56.

Continuará...

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  Fotografías de Juan Carlos Rangel Cárdenas