viernes, 21 de diciembre de 2007

María Sabina, Huautla y los Mazatecos (Parte II)

La chamana acompañada de muchachas mazatecas cerca de Las Regaderas, 
en Puente de Fierro. (Foto de Juan Peralta)

María Sabina, Doctora

“Sólo los sabios en medicina pueden curar”, decía María Sabina, y consideraba que la brujería y el curanderismo eran tareas inferiores. Entre tantas penalidades por las que pasó, una tiene que ver con un colega suyo, un Tchinéex-kíi, “sabio en medicina”, sólo que formado en una universidad.
Un indígena que pasaba borracho por la tiendita de María Sabina hizo alto. Pidió una copa de aguardiente. Al ver a Catarino, ya hecho un hombre, lo invitó a tomar. Este se negó. Se hicieron de palabras y el borracho sacó una pistola. María Sabina, espantada, se interpuso entre ambos y fue quien recibió dos balazos en la cadera. El agresor huyó y Catarino con ayuda de unos vecinos trasladó a su madre, en una camilla, hasta el centro de Huautla. Salvador Guerra, joven médico que convivió entre los mazatecos durante nueve años, la atendió: 


Antes de hacer sus operaciones, inyectó una sustancia (anestesia local) en la región donde yo tenía las heridas y mis dolores desaparecieron. En tanto él hacía las curaciones, yo no sentía ningún dolor; luego que terminó, me mostró las balas. Agradecida y asombrada le dije:
—Médico, tú eres grande como yo. Haces desaparecer el dolor, me sacaste las balas y yo no sentí ninguna molestia.
A partir de entonces, Salvador Guerra y yo, fuimos buenos amigos. El día en que se fue de Huautla el cura hizo una misa. Salvador Guerra y yo nos hincamos frente al altar. Al terminar la misa, le ofrecí mi mano y le dije:
—¡Doctor!
El correspondió tendiéndome la suya diciendo:
—¡Doctora!
[1]

Se inicia la aventura

En septiembre de 1952, Robert Gordon Wasson, pionero en las investigaciones sobre etnomicología, recibió dos cartas de Europa: una de Robert Graves “que adjuntaba un recorte de una revista farmacéutica en que se citaba a Richard Evans Schultes, quien a su vez citaba a varios frailes españoles del siglo XVI que contaban acerca de un extraño culto a los hongos entre los indios de Mesoamérica”;
[2] y la otra de su impresor en Verona, Giovanni Madersteig, quien le enviaba un dibujo, ejecutado por él, de una escultura de piedra procedente de Mesoamérica que se exhibía en el Museo Rietberg de Zurich, que evidentemente era un hongo:

Habíamos estado postulando —escribe Wasson—, una conjetura fantástica: que un hongo silvestre era objeto de devoción religiosa. Y de pronto ahí estaba nuestra puerta. Durante todo aquel invierno estuvimos revisando los textos de los frailes españoles del siglo XVI, y qué relatos tan extraordinarios nos brindaron. Volamos a México en aquel verano de 1953.
[3]

El 8 de agosto de ese año, Robert Gordon Wasson, su esposa y colaboradora Valentina Pavlovna, su hija Masha y el etnólogo Roberto Weitlaner, salieron de la Ciudad de México rumbo a la sierra Mazateca. Pasaron por la ciudad de Puebla y siguieron hasta Tehuacán, en donde pernoctaron. Al día siguiente tomaron el tren que va a Oaxaca. Bajaron en el pueblo de San Antonio Nanahuatipan y en un destartalado camión hicieron el último tramo a Teotitlán del Camino, hoy de Flores Magón, situado al pie de la sierra.
La madrugada del lunes 10, Gordon Wasson y sus acompañantes hacían los últimos preparativos para una jornada de camino que terminaría en Huautla de Jiménez, ya entrada la noche. Montaron en cinco mulas y un caballo “todos horriblemente flacos y pequeños”,
[4] formaron en la recua tras el guía mazateco Víctor Hernández y se lanzaron dando tumbos por el viejo camino real que existía desde los tiempos prehispánicos.
En las primeras dos horas habían llegado a San Bernardino, donde desayunaron huevos y tortillas. El camino continuaba por un impresionante desfiladero conocido como La Cumbre, de 3,000 metros de altitud. Luego de “once horas a través de paisajes de una grandeza salvaje”,
[5] entraron a Huautla. Entre la espesa neblina cruzaron la plaza y subieron el último tramo hasta la casa de Herlinda Martínez Cid, maestra del pueblo. La suerte estaba echada: María Sabina, Huautla y los hongos sagrados o enteógenos,[6] serían dados a conocer en todo el mundo.


[1] Alvaro Estrada, op. cit. p. 86.
[2] R. Gordon Wasson et al., El camino a Eleusis, México, FCE, 1985, p. 21.[3] Ibid., pp. 21-22.
[4] R. Gordon Wasson, Les champignons hallucinogènes du Mexique, París, Editions du Muséum National D'Histoire Naturelle, 1958, p. 49. (Prólogo de Roger Heim)
[5] Ibid.
[6] El helenista Carl A. P. Ruck ha propuesto el vocablo enteógeno: "para referirse a las drogas cuya ingestión altera la mente y provoca estados de posesión extática y chamánica. En griego, entheos significa literalmente "dios (Theos) adentro", v. Gordon Wasson et. al., El camino a Eleusis, p. 235.

Continuará...

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