sábado, 28 de marzo de 2009

INFORME RUZ. SEGUNDA PARTE


En la foto superior podemos ver la lápida que era el último obstáculo para entrar a la tumba de Pacal, justo en el núcleo de la pirámide del Templo de las Inscripciones. Abajo está una obra maestra que sigue siendo objeto de estudios e interpretaciones. Mide más de cuatro metros de largo por poco más de dos de ancho y treinta centrimetros de espesor. Por ello se sabe que antes de construirse la pirámide se edificó el sepulcro de Pacal. (Fotos de JCRangel)

Aquél 15 de junio de 1952, tres años después de haber dado inicio los trabajos, Ruz Lhuillier y su equipo se concentraron desde muy temprana hora en el entrañas de la pirámide. Las extenuantes jornadas para vaciar la escalera habían quedado atrás. Faltaba, sin embargo, sortear el último obstáculo hacia el secreto que aún guardaba el Templo de las Inscripciones: una gran losa, sellada más de mil años atrás, que cerraba una entrada.

Ruz observó detenidamente que la losa triangular dejaba en su esquina inferior izquierda un pequeño espacio, también triangular, en vista de que su base quedó más pequeña que la abertura para la cual se hizo. Este pequeño espacio estaba relleno con piedras y cal (Fig. 12). Dio instrucciones al jefe de la cuadrilla para que intentara penetrarlo con una barreta. La barreta se hundió, y un aire frío salió hacia el exterior. Los arqueólogos, que habían contenido la respiración, exhalaron profundamente al ver el resultado. Ruz también había observado que la lápida tenía dos muescas a los lados, que permitieron la entrada y salida de una soga para hacerla girar. Los peones empezaron a tirar auxiliándose de barretas.

La expectación crecía. Ruz Lhuillier cuidaba hasta el último milímetro de cada movimiento. Daba órdenes de tirar con firmeza, pero con cuidado. No quería que la losa fuera a hacerse añicos por la presión ejercida sobre ella. La luz de las lámparas iba introduciéndose hacia el interior conforme se despegaba la losa. Todos, arqueólogos y ayudantes, sudaban copiosamente y trataban de controlar el estado de excitación y nerviosismo en que se hallaban. Serían los primeros en traspasar hacia un espacio sagrado que había sido cerrado siglos antes por otros hombres. Los peones tiraban y la piedra iba girando, hasta que se hizo una abertura por la que pudo introducirse Alberto Ruz Lhuillier:

El instante en que pasé el umbral —escribe— fue naturalmente de una emoción indescriptible. Me encontraba en una espaciosa cripta que parecía tallada en el hielo porque sus muros estaban cubiertos de una brillante capa calcárea y numerosas estalactitas colgaban de la bóveda como cortinas, mientras que gruesas estalagmitas evocaban enormes cirios. Estas formaciones calcáreas se debían a la filtración del agua de las lluvias a través de la pirámide durante más de mil años (Fig. 17). La cripta mide cerca de nueve metros de largo por cuatro de ancho, y su bóveda se alza hasta cerca de siete metros de altura, reforzada por enormes vigas de piedra pulida con vetas amarillas, que parecen de madera. La cámara se construyó en forma tan perfecta que los siglos no afectaron en lo más mínimo su estabilidad, a pesar de que también sostiene el peso de la pirámide y del templo. Las piedras de los muros y de la bóveda fueron talladas y ajustadas con el mayor cuidado, por lo que ninguna se ha movido de su sitio original.(1)

La barrera del tiempo había sido derribada y otro hombre de otra época y de otra civilización, daba a conocer al mundo entero la existencia de una cripta funeraria en América, a la manera de los faraones egipcios. El reposo eterno que los palencanos desearon para su Señor Pakal, había sido interrumpido...

1) Ruz Lhuillier, Alberto, op. cit., p. 86.

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  Fotografías de Juan Carlos Rangel Cárdenas