viernes, 1 de mayo de 2009

INFORME RUZ. TERCERA PARTE


Lápida monumental colocada horizontalmente
sobre el "sarcófago" de Pakal que mide 3.80 x 2.20 m y que está esculpida
en sus lados (30 cm de espesor) y en su cara superior.

“Al entrar en la cripta —recuerda Ruz Lhuillier— encontramos en el suelo, debajo de un colosal monumento, varias vasijas de barro depositadas como ofrenda y dos hermosas cabezas de estuco que proceden probablemente de esculturas completas que adornaban algún templo (Fig. 23). El haber sido arrancadas de los cuerpos y dejadas como ofrenda en la cripta significa quizá la simulación de un sacrificio humano por decapitación que parece haber existido entre los mayas en asociación con el culto agrícola del maíz”. (1)

Estas cabezas que Ruz encontró se cuentan entre las mejores obras en estuco que debemos a los artistas palencanos. Están ejecu­tadas con fiel realismo, perfección técnica y delicada sensibilidad. “Es obvio —comenta— que el artista no sólo pensó en reproducir lo más exactamente posible los rasgos de un sacerdote determinado, sino que quiso expresar también la austeridad, la fuerza interior, el espíritu de la casta sacerdotal. Con el trazo seguro y fluido de los contornos se lograron los retratos de esos mancebos, símbolos artísticos de dimensiones universales”. (2)

Lo más sorprendente de la cripta es indudablemente el enorme monumento que ocupa la mayor parte de su espacio. Es una lápida monumental colocada horizontalmente que mide 3.80 m por 2.20 m y que está esculpida en sus lados (30 cm de espesor) y en su cara superior (Fig. 26). La lápida estaba posada sobre un bloque monolítico de siete metros cúbicos, cuyos lados también están esculpidos. Finalmente, el conjunto está sostenido por seis gruesos soportes de piedra, cuatro de los cuales tienen inscripciones. El peso aproximado de este monumento es de unas 20 toneladas (fig. 17 b).

Nuestra primera impresión —dice Ruz— fue que podía tratarse de un altar ceremonial, conservado en ese lugar secreto, lejos de la mirada del público, por alguna razón del culto...
Al expresar esta reserva, tenía en cuenta que para ser un altar era preciso que el monolito que sos­tenía a la lápida fuese macizo y que su función fuese la de un simple basamento; pero existía la posibi­lidad de que estuviese hueco, en cuyo caso el monumento no sería un altar. Levantar la lápida, que pesa como unas cinco toneladas y que por sus magníficos bajorrelieves constituye una de las obras maestras del arte maya, ofrecía ciertas dificultades y peligros. La principal dificultad era la del espacio para el uso de maquinaria y la imposibilidad de llevar tal maquinaria hasta la cripta; el mayor peligro era dañar la lápida. Quise entonces cerciorarme primero, sin alzar la lápida, de si el bloque era o no macizo. Para eso hice taladrar el bloque en sitios no esculpidos, horizontalmente y en dirección al centro de la piedra. El primer sondeo no dio resultado porque el trabajador fue inclinando imperceptiblemente su taladro, y llegó hasta el centro sin encontrar más que la piedra. En otro sondeo, la barreta llegó a un hueco, y un alambre que introdujimos por el agujero, mostraba, al ser retirado, huellas de pintura roja adherida. (3)

Después del instante en que Ruz descubrió la cripta, éste en que comprobó que el supuesto basamento del hipotético altar tenía una cavidad, fue otro instante de enorme emoción y alegría para él y sus colaboradores. Podría tratarse de una gigan­tesca caja de ofrenda, pero el tamaño y la forma del monumento, así como la presencia de pintura roja, anunciaban otra cosa.

El polvo color rojo con el que los antiguos cubrían a sus muertos, derivado que se extrae del cinabrio,(4) está asociado en la cosmogonía maya con el Este. Aparece casi siempre en las tumbas, sobre los muros, en los objetos de la ofrenda funeraria o sobre los restos humanos. Para los mayas el Este es la región en donde cada día vuelve a nacer el sol después de su muerte diaria en el Oeste; el Este es en consecuencia lugar de resurrección, y el rojo que lo simboliza ponía en las tumbas un presagio de inmortalidad.

Ruz resolvió levantar la gran losa labrada. Por medio de gatos de camión colocados debajo de las esquinas de la lápida, sobre troncos de árbol, se inició el levantamiento. La introducción de los troncos en la cripta, su debida colocación y la delicada maniobra de alzar la lápida duraron 24 horas consecutivas: de las seis de la mañana del 27 de noviembre de 1952 hasta la misma hora del día 28 (Fig. 27).

En cuanto la lápida empezó a ascender, Ruz pudo apreciar que había debajo una extraña cavidad. Ésta era de forma oblonga y curvilínea, con salientes circulares laterales en uno de sus extremos, recordando la figura de un pez (Fig. 28). Una losa muy pulida la sellaba, exactamente adaptada a su forma; dicha losa tenía cuatro perforaciones que cerraban tapones de piedra. “Desde que hubo suficiente espacio —cuenta— me deslicé debajo de la lápida, levanté uno de los tapones, proyectando por otro la luz de una linterna eléctrica. A pocos centí­metros brotó a mi vista una calavera humana cubierta de piezas de jade”... (Fig. 29).
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(1) Ruz Lhuillier, Alberto, “Palenque y su tumba real”, La civilización de los antiguos mayas, p. 86-87.
(2) op. cit., p. 87.
(3) Loc. cit.
(4) Ver glosario.

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  Fotografías de Juan Carlos Rangel Cárdenas